jueves, 1 de agosto de 2024

Humano, más humano

Humano, más humano
de Josep María Esquirol es un paso más en el empeño de este autor de construir una suerte de filosofía de la proximidad. Se trata de combatir toda forma de mal intensificando la vida, gesto y acción, ahondando las posibilidades de una resistencia íntima ante el nihilismo que acecha por doquier. No encontramos en Esquirol un análisis de los males del mundo que cercenan nuestra libertad y, sin embargo, están presentes en su escritura y en sus referencias. La herida infinita a la que recurrentemente nos remite este ensayo es una antropología en busca de raíces, una suerte de respuesta a La sociedad liquida de Bauman o a las sugerentes, aunque un poco desesperadas, diatribas de Zizek en su Demasiado tarde para despertar.

La vida, la muerte, el y el mundo constituyen las cuatro infinitudes esenciales que, más que analizarse, se contemplan en las páginas de Humano, más humano. La propuesta es la atención, la con-moción, es decir, la generación de movimiento, de respuesta. “No es que desde mi supuesta libertad me haga responsable, sino que, al sentirme tocado, genero mi libertad y la oriento”. El tú al que se refiere Esquirol no es el tú del que protegerse tan común en algunos existencialistas, es un tú que nos regala el horizonte: “Cada vez que el otro me llama, me salva”;  es un tú que se convierte en promesa, que suscita confianza. “La falta de confianza deja un espacio que pronto se llena con un delirio agotador”.

Esquirol corrige a Nietzsche en su pretensión de ir más allá de lo humano. Se trataría, más bien, de profundizar lo humano, insistir en la presencia, recuperar la palabra. “La degeneración, de la palabra es ruido, demagogia y violencia”. Por eso el mundo está ahí como una llamada, no como un problema. Sin embargo, hay que situarse bien, tener los pies en el suelo, pero elevando ya en ese mismo instante la mirada hacia el cielo. En esa juntura reside el realismo. Algunas de las páginas más poéticas del ensayo efectivamente nos hablan de la curvatura y la cobertura del cielo sobre la tierra como horizonte y oxígeno para el alma. Se suma así nuestro autor a la denuncia de la pereza nihilista que empapa nuestro mundo y denuncia las andanadas contra el cristianismo iniciadas por los “maestros de la sospecha” (Paul Ricoeur) que acusan erróneamente a la propuesta de eternidad cristiana de convertirse en una evasión, la fuga mundi, ignorando que, bien entendida, realmente es un mayor compromiso con la vida y con el mundo. No en vano Esquirol encuentra en san Francisco y los Padres de la Iglesia una senda que merece ser recorrida de nuevo en estos tiempos.

Tanto la espera como la esperanza apuntan al encuentro con el tú y con el mundo (también con Dios). Sabemos que no todo está bien, que el mal acuna la existencia en todos los rincones del mundo. Esquirol nos invita a no claudicar en la insistencia en lo humano. Hay una promesa en lo humano. Llega a afirmar “la sacralidad está en el hombre justo”. Efectivamente, la persona que busca la justicia es la que más se aproxima a lo humano, al diálogo honesto con la vida, la muerte, el tú y el mundo, referencias inexcusables que constituyen nuestra vocación más elemental.

Ahora más que nunca: Buscar la Verdad

Moisés Mato

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