domingo, 12 de diciembre de 2021

¿Dónde está Dios cuando se muere "el amor de mi vida"?

Viñeta del cómic "La alegría del amor". Textos literales del papa Francisco, 
guión del sacerdote Eugenio A. Rodríguez e ilustraciones del matrimonio Cervantes-Bernal.

En estos días he visto fallecer a un hombre joven. He visto a su esposa de amor y de plegaria cada tarde. Cada tarde hemos rezado juntos mientras ella acariciaba incesantemente el amor que se le iba entre las manos. Sabía que iba, más todavía, a las buenas manos del Padre pero la esposa seguía necesitando esposo y los hijos seguían necesitando padres. Y los padres siguen necesitando hijos y los amigos siguen necesitado amigos. Y la sociedad nos sigue necesitando a todos y todos seguimos necesitando a Dios y Dios nos sigue necesitando a todos porque todos somos una familia y encima también Dios es familia, familia abierta que nos incorpora a todos y a cada uno con nuestras cadaunadas.

Sigo sufriendo algo cuando veo el sufrimiento porque cada sufrimiento es único y casi infinito y cuando pierdes la capacidad de sufrir pierdes la de amar y pierdes la de alegrarte y hasta la de respirar si me apuran. Ese sufrimiento no siempre es la antesala de la alegría sino de nuevos sufrimientos pero a veces también una luz brilla EN MEDIO de la noche y el sufrimiento -siéndolo- es también otra cosa, alegría y hasta placer. Porque dar calor en algunas cosas será perder calor, pero en muchas otras dar calor es recibir calor y cuando te dan las gracias por dar calor lo que te sale es decir “es un placer”. En esos momentos es preferible estar ahí, callar ahí; beber la copa de la presencia es mejor que tomarse un copa del olvido.

Siempre aparece la pregunta por Dios. Algunos todavía creen que Dios anda eligiendo el momento en que éste o aquel fallece y rezan por la salud o contra la enfermedad. Soy de la legión de los que no creen eso. Ya le pasaba a  mi madre que confiaba en la ciencia y rezaba, sí, pero no para que Dios le curara sino para tomar las mejores decisiones y que la sanidad fuera mejor para todos y que cuando nos falte la salud no nos falte la amistad, el apoyo, la solidaridad. Mi madre me llevada desde niño a las reuniones de la Frater (una asociación de "minusválidos" se decía entonces) más que nada por compasión a su madre a quien no quería dejar al cargo de semejante tormento. En aquellas convivencias me impresionaba aquel ambiente de cáscara tan dura (sillas de ruedas, personas con movimientos extraños y evidentes deformidades) y tan alegre AL TIEMPO. Se carcajeaban continuamente con cada ocurrencia, chiste o broma. Bromeaban de sus defectos también. Se ponían serios para hablar de barreras físicas y mentales “que son peores" decían. Y se ponían hasta violentos contra el paternalismo o contra una religión que les llamaba "preferidos" del Señor. "Yo soy igual que los demás, hago el bien o el mal y no soy preferido del Señor porque sí". Se rebelaban ante la idea de que Dios hubiera deseado esa enfermedad que a veces había sido irremediable y muchas veces era consecuencia de errores evitables o de lo que sea.... pero no cosa de Dios. Se rebelaban ante una sociedad que hacia de la enfermedad o la discapacidad algo todavía peor de lo que ya era. 

La cosa es evidente, pero sigue dando la lata una vieja visión que mete la acción de Dios por donde les viene en gana. Un dios para la lotería, las oposiciones, para encontrar aparcamiento o para que se le rompa algo a mi suegra… La realidad es otra. Dios es amor y como cualquier padre sufre con los hijos que sufren. No decreta el sufrimiento, no juega a dar salud o enfermedad, o a poner fecha a la muerte de las personas. ¿Por qué? No lo sabemos. Lo que sí sabemos o intuimos sobre Dios nos viene de ver el comportamiento del amor de los padres hacia los hijos. ¿Cuántas veces no pueden evitar que el hijo se de un castañazo físico o moral? Algo semejante le debe pasar al buen Dios. Él decidió una forma de presencia en el mundo que no era inmediata sino mediada por la acción de los demás. ¿Por qué? No lo sabemos. Quizá -como le pasa a tantos padres- porque aspira a una relación fraterna con nosotros sus hijos.

Dios, como dice un santo medieval, "aunque sea impasible no es incompasible". Al menos eso. No sabemos del todo si sufre pero estamos seguros de que compadece. Aunque no padezca, compadece, podríamos decir. Él está decimos en la mejor tradición cristiana en el que sufre. El que no se ahorró la cruz esta en el que muere, en el que sufre por la muerte. Se explique como se explique (ríos de tinta se han vertido) algo hay en el “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” que de mil maneras repiten los hombres y mujeres de todos los tiempos. No quiero cansarles pero si les adjunto el audio con Arnaldo Pangrazzi que ha compartido estas experiencias vibrantes (https://antigonahoy.blogspot.com/2017/10/arnaldo-pangrazzi-sentido-del.html?m=1) y las reflexiones del gran teólogo dominico Martín Gelabert sobre “¿Cómo actúa Dios en el mundo?” (https://antigonahoy.blogspot.com/2019/09/como-actua-dios-en-el-mundo.html) Por eso creemos tener razón cuando no pedimos que Dios pare un volcán sino que pedimos por los vulcanólogos, bomberos, fuerzas de seguridad, vecinos, etc  Creemos hacer algo justo cuando no pedimos a Dios la salud para mí sino amistad, solidaridad, amor, justicia.

Cuando rezaba con Vanesa y con Domingo en no sabemos que estado, ella confesaba con lágrimas que creía firmemente en que seguiría unida al esposo porque los lazos del amor no se rompen. Que sus hijos también le tendrían presente. Que -de otra manera- seguían siendo familia y que algún día habría un reencuentro. La misma muerte que ahora de alguna manera separa, algún día -¡que paradoja!- volverá a re-unir lo que siempre estuvo unido. Haríamos bien los creyentes de medio pelo y los no creyentes si meditáramos estas experiencias. Esta belleza de la unión de los esposos es la mejor imagen de la unión de cada persona con ese Amigo que es Jesús. Nace, renace, se recrea, muere, renace.... La muerte da espanto pero EN MEDIO de la muerte también aparece la luz, también brilla la belleza.

Ahora más que nunca: Solidaridad

Eugenio A. Rodríguez Martín


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