martes, 26 de enero de 2021

Prometeo

 «Prometeo fue atado a una roca y su hígado era devorado por un águila» (Dión de Prusa). 

Hasta ahí todo bien, el titán estaba sujeto por cadenas a una roca para así ser escarmiento de todo aquel que se rebelaba contra los dioses. 

El águila que le devoraba el hígado debería ser nuestra conciencia. 

Según tengo entendido hay un precioso cuento, relatado por Carlos Díaz, en el cual el águila, para duplicar su vida, se retira a su morada para cambiar el plumaje y arrancarse las garras con el pico. De este modo le vuelven a crecer y se hacen fuertes para poder seguir consiguiendo alimento para subsistir. 


¿Quiénes son nuestros dioses? Todos tenemos nuestros diosecillos, camuflados muchas veces camaleónicamente entre engañosas buenas intenciones, por algo somos humanos.

Distinguir a nuestros dioses no es tarea tan fácil. Algunos, los más avezados, podrán replicar que, si a los cincuenta no sabes quiénes son tus dioses, mal vamos. Y no. No voy tan mal. Esos avezados deberían saber que, al igual que Prometeo es un mito, es un mito también el estar de vuelta de todo y, cuando una persona se encuentra tan ufanamente situada, es el momento del ‘águila’.

Yo confieso que cada vez que mi conciencia me trae a la mente un episodio escondido, de esos que barremos debajo de la alfombra, me siento miserable, un dios escondido que se rebela. Si soy capaz de profundizar un poco en mis actos, descubro dioses que no sabía que habitasen en mí. Me escandalizo de mí mismo, mi poquedad me avergüenza: verme tan endiosado y buscar ofuscadamente justificarme.

Recurro a Gregorio Luri para proseguir: «La búsqueda de comodidades viene acompañada de un desmedido afán de vanagloria y orgullo, el hígado se nos aumenta cuando somos alabados y se nos encoge cuando nos censuran». «Cuando Heracles rompió las cadenas de Prometeo y mató el águila, en realidad estaba liberando al titán de su vanidad y de su ambición desordenada».

Me descubro una y otra vez observando mi ombligo, fuente de alimento cuando fue preciso. Mas cada ser humano tiene su propio ombligo, y si únicamente miramos lo propio de uno, estaremos predispuestos a golpearnos unos a otros de continuo, pues no levantamos la cabeza. El ombligo es una señal inequívoca de que hemos necesitado de otra persona para ser alimentados y estar en este mundo; mas, una vez que se ha cortado, ya no tiene utilidad, es una cicatriz que nos recuerda un tiempo pasado. Ahora nos autoalimentamos, somos independientes en ese aspecto, y a la vez dependientes.

Dependemos en primer término del aire para seguir viviendo, mas no podemos considerarnos autosuficientes. Nunca lo seremos. El alimento que recibimos procede del trabajo de otros. De alguna manera siempre estaremos encadenados a esta roca, mundo, sutilmente engañándonos, pensando que somos autosuficientes e independientes, o, por el contrario, agarrándonos a ella para sentir que realmente estamos inmersos y sujetos a un elemento sólido y auténtico.

Nos dice Manuel Villegas Besora en El error de Prometeo: «… (fue) olvidar o no tener en cuenta que el ser humano no se regula de forma espontánea o natural, sino que precisa de un orden social interiorizado a través de la conciencia moral». Se nos ha regalado la vida fisiológica, mas «la dimensión moral no es una dotación originaria del ser humano, sino que debe ser añadida a su naturaleza primigenia».

Quisiera hacer notar nuestra dependencia a todos los niveles: fisiológicos, anímicos, espirituales, que se transforman en eslabones de la cadena que forma la humanidad. El ser humano postrado en una cama está ayudando a que otro ser humano salga de sí mismo para llegar a él, olvidando su ombligo y fijándose en el del postrado.

Podemos considerar dos tipos de cadenas. Las cadenas que nos hacen mejores personas y las que nos inutilizan como tales. Los dioses, de los que he comentado algo, no dejan de ser malas cadenas.

Ahora más que nunca: Solidaridad 

Israel Durán 

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