domingo, 14 de junio de 2020

Las enésimas migajas del llamado Ingreso Mínimo Vital



Todo el Parlamento ha dado su ok. Todos han mirado a César y han concedido unos minutos de vida para los que están en la arena. Día histórico dicen. El clima de crispación en las gradas ha dado paso a unos minutos de paz romana, de irenismo, y se han puesto de acuerdo para las migajas llamadas “Ingreso Mínimo vital”. “Ingreso” lo que se dice ingreso sí que es; pero “mínimo” lo es en cuanto a pequeño no en cuanto a que sea suficiente. “Vital” no es porque en esta sociedad no da para vivir. Que hagan la prueba los que lo han aprobado. Lo mismo gastan (o hacen gastar) solo en desplazarse más que lo que aprueban para que otros vivan. Es pura cosmética adobada de blablabla. En realidad:

1/ No resolverá ni siquiera los problemas más acuciantes. Si es tan hermosa como dice la ley en su exposición de motivos ¿por qué no cierran los comedores sociales, el Banco de alimentos etc etc?

2/ Será un suplemento de ingresos que permitirá que a algunos se les siga pagando mal porque el empleador sabe que existe ese complemento. Los empleadores usarán ese argumento al contratar los trabajos precarios esos que ahora llamamos justamente esenciales.

3/ 3.000 millones de euros no pueden acabar con la vulnerabilidad. Esa cantidad es el presupuesto aproximado de la sanidad de una comunidad autónoma mediana como la vasca. Los dividendos particulares que Amancio Ortega recibió por sus acciones en Inditex  fueron más de 1.600 millones el año pasado.

4/ Aunque alardee de “estructural” no toca el mecanismo de creación y distribución de riqueza.

“El asistencialismo es violencia”. Suena fuerte. Lo dice un eclesiástico hoy muy conocido y tiene toda la razón. En la primera Semana nacional de la HOAC (1946) se vivió una escena poca común. Dialogaban cordialmente Julián Gómez del Castillo, un joven militante cristiano socialista y Federico Rodríguez, quizá el primer catedrático de política social de España, un cristiano conservador del ámbito de Herrera Oria. El catedrático mostraba su extrañeza porque a su padre le habían matado los mismos a quienes había dado limosna; su padre (y él mismo) formaban parte de los creyentes con preocupación social y ayudaban a los pobres. No eran crueles pero dejaban intacto el sistema de señoritos y esclavos (volviendo a películas: como cuando en “Los santos inocentes” el señorito da unas monedas a los cuasiesclavos en fila). El catedrático no entendía que los ayudados mataran al padre (como en “Los santos inocentes” Azarías mata al señorito, por cierto). El militante no logró explicarle un hecho que él entendía perfectamente por su vida. Sí que es cierto que cultivaron la amistad cristiana durante toda su vida y algo lograron aunque Federico seguramente no llegó a comprender el hecho de su padre. Julián lo entendía no por películas sino por su vivencia. En su vida había visto que el asistencialismo es violento. Es violento cuando las señoras de las organizaciones de “caridad” levantaban la tapa del puchero para ver si había carne en vez de solo hueso y tocino. Hay violencia en esa forma de mirar desde arriba, de vigilar en que se gasta lo que se da. En imposición de todo tipo de relaciones. 

Para quien no haya vivido escenas similares puede servirle de algo verlo en “Las cenizas de Ángela”, especialmente en aquel “tribunal” en que se deciden los vales que se entregan. Quien ha padecido el asistencialismo experimenta un variado abanico de sentimientos en que ocupan gran lugar la rabia y la impotencia. Es esa violencia intrínseca al asistencialismo la que hace reaccionar violentamente al asistido. La presencia en la Iglesia de estos militantes hizo que un día en la Gaudium et spes se dijera: “Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí”; a “pedir limosna” no anima. Salario justo es la propuesta. Y cuando hay tal no hacen falta limosnas.

El asistencialismo es violencia. También lo decían los anarquistas españoles que recibían las limosnas de los republicanos que en el exilio se daban la gran vida. Lo llamaban las “píldoras del doctor Negrín” y decían que “resultaban especialmente amargas”. Toda la historia del trabajo es un grito de dignidad, una defensa de la justicia, del trabajo. No defiende la historia obrera un reparto caprichoso de bienes sino a través del salario justo. Esto lo dice la inmensa mayoría del pueblo: “No quiero una ayuda, quiero trabajo” se oye con frecuencia. Se ha dicho a veces con amargura y miedo pero siempre con un alto sentido de la dignidad.

El asistencialismo es violencia. No es una relación de fraternidad, horizontal, pacífica, cordial o de amor. También lo han percibido los comunistas honestos. No los corruptos que ayer u hoy usen el nombre de los pobres para ascender y darse la gran vida. Basta leer la impresionante autobiografía de Valentín González “El campesino”: “Yo escogí la esclavitud”)

Volviendo a otra película, que no he visto, cuentan que en “Monsieur Vincent” san Vicente de Paul dice a las hermanas: “Sólo por tu amor, te perdonarán los pobres el pan que les des”. Ya sé que parece normal que los donantes pidan agradecimiento y me permito pedir al lector que dude de sus ideas si no coinciden con las que alguien se ha atrevido a poner en boca de san Vicente y recomiendan vicencianos de hoy.

Aludo a grupos diferentes, a cristianos, socialistas, anarquistas y comunistas para decir que en la vida de los pobres, sean de las ideas que sean, el asistencialismo es percibido como violencia porque es violencia. Es un hecho, no es demagogia. Ha añadido sufrimiento, rabia, dolor y muerte. 

Porque estamos por la paz estamos contra el IMV pero no estamos contra el IMV porque haya que meter en cintura a los pobres sino a los ricos. No, no creemos que por este ingreso se hagan vagos, ni que sea un efecto llamada, ni que distorsione el mercado. Estamos contra las enésimas migajas de esto que llamamos “reforlución” porque es una mezcla de reforma y revolución que se nos hace muy duro hasta escuchar. Porque somos de izquierda, porque somos pobres, porque queremos trabajar. No creemos en esa mezcla de reforma y revolución que deja caer migajas desde la grada  y el palacete. 

No estamos en contra de una limosna sino de la limosna por sistema; de la limosna como parte de un sistema. No es que queramos dejar tirado a nadie, es que la limosna es un parche que no sirve. Es dejarlos tirados igualmente como demuestra la experiencia. Basta decía Nyerere “que nos quiten el pie de encima”. Cese la explotación y no harán falta limosnas.

No estamos en contra de toda ayuda. Creemos en una ayuda puntual, como la que se hace entre familiares y amigos, donde el “ayudado” siempre intenta devolver lo recibido y normalmente lo logra. Contra la ayuda como parte de un sistema que deja intacto el sistema. Sobre todo en dos sentidos: cuando es un negocio y cuando humilla.

Estamos contra las ayudas que son negocio. Estamos contra unas ayudas que gastan en gerentes y coaching con buenos sueldos y hasta hacen asambleas en hoteles. O contra la ayuda del Programa mundial de alimentos cuyo máximo jefe gana más que el presidente del gobierno. Gana eso en nombre de la ayuda, de los presupuestos de la ayuda.

Estamos contra la ayuda que humilla. Esa ayuda que es válvula de seguridad que permite que “parezca que algo cambie para que nada cambie”.. No creemos en una ayuda que luego revisa los tickets, que da “vales” para productos esenciales pero rechaza un dulce como si en las casas de los ayudados nunca hubiera un cumpleaños. Estamos contra esas ayudas que dan alimentos pero nunca cultura como si unas gafas para un niño no fueran tan importantes como comer. Puede haber ayudas sí, pero con trato digno, sin colas, sin mirar con lupas y humillando.

Proponemos máximos honores a reponedores, chóferes, limpiadores, auxiliares. Dar el máximo honor al penúltimo escalón no nos permite estar a favor de una medida que en realidad (aunque de esto no informen) hace pagar al penúltimo escalón las migajas que desde arriba se mandan al último escalón. Porque somos pueblo y amamos la revolución no queremos migajas desde la grada  y el palacete. Dicen los teóricos de estas medidas asistenciales que se pagan con los impuestos a los ricos. No es verdad. Esto se paga quizá aparentemente de los impuestos a los ricos pero realmente lo pagan los pobres. Lo paga el penúltimo escalón (los “esenciales” decimos ahora) a quien antes han exprimido los de arriba. 

Proponemos medidas políticas como el salario justo, reparto del empleo, subir el salario mínimo, recortar diferencias salariales, debatir si debe haber un salario máximo, que los inspectores vigilen las exigencias de echar horas fuera de lo contratado, expropiación de viviendas sobrantes, controlar los precios de los alquileres o los beneficios de las eléctricas en cuyos consejos de administración hay tantos exministros.

Salario justo. No harían falta parches.

Ahora más que nunca: Política solidaria

Eugenio A. Rodríguez



















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