Las cuentas son fáciles de hacer: se trata de sumar el coste anual de cada profesor (lo que cobra y los costes sociales), más los costes del personal administrativo, de los puestos directivos y de los gestores externos, los costes de limpieza y mantenimiento, agua, luz y calefacción, de las diversas actividades académicas y recreativas. La suma total se divide por el número de matriculados y ya está. No estaría fuera de lugar que se incluyera ahí o en un apartado especial el importe de las becas, la amortización anual del edificio y los de los accesos a la universidad y además la parte que le corresponda del funcionamiento del Ministerio y de la Consejería de Educación.
Lógicamente habría que recordarles cuánto aportaron ellos en el pago de matrícula y tasas, si se pagaron, que ciertamente no llega al 5 % del coste real. A modo de ejemplo el coste de matricularse en el primer curso en la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago es 836 €, o en la Facultad de Agrónomos de la Politécnica de Madrid es 1240 € según la página web.
Se podría informarles de que el coste de un curso en la Universidad de Harvard es alrededor de 54000 $ y la residencia sobre 30000 $. Pero el coste real en Harvard incluso es superior, pues esta Universidad cuenta con otros ingresos privados (empresas) y públicos como los de los Estados y del Gobierno Federal, ya que Donald Trump anunció que les iba a retirar dos millones de esa asignación.
Después de estos datos surge la pregunta: ¿quién paga en España lo que no pagan los alumnos? Tendrían/tendríamos que descubrir que realmente lo pagan los que no van a las universidades, ya que los que van, juntando lo que pagan en las diversas tasas y la parte que vaya de los impuestos de sus familiares está muy lejos de cubrir el coste. ¿Llegará al 25 %? La consecuencia lógica es que adquieren/adquirimos una deuda con la sociedad, especialmente con los pobres al final de los estudios. También que no debemos malgastar el dinero de los empobrecidos no aplicándonos en serio en el estudio. Tampoco es cierto, en consecuencia, que los estudios realizados se deben sólo al propio esfuerzo, pues hay otros que también ponen su esfuerzo con trabajo duro.
Estudiar en una universidad da a la persona unos conocimientos y unas experiencias vitales, que elevan su capacidad para entender muchas cuestiones de la vida, poder expresarse y comunicarse más eficazmente, al igual que saborear mejor los asuntos de la vida en los que se elevó el nivel cultural.
Analizar estos datos al inicio del curso es un deber de justicia que tiene la universidad, al tiempo que un respeto y aprecio a los que nos matriculamos en cada curso. También contribuiría a la transparencia y a la apuesta por la verdad. En un ámbito semejante está el ejemplo de un funcionario que en el año 1991 hizo las cuentas de cierto campamento de la Xunta y, sin incluir todos los gastos reales del campamento, encontró que restando lo que pagaron los chicos el déficit era sobre 2.000 pesetas diarias por cada uno. En mi grupo organizamos un campamento de trece días ese año en Portugal en el que cada uno aportamos 10.000 pts y cubrimos gastos, porque algunos pusimos trabajo gratuito y no incluimos algunos gastos en la contabilidad.
En democracia hay que tener amplitud de miras para ver las necesidades de las personas y grupos, y debemos ser justos con el dinero de todos. Los que pasamos por la universidad tenemos una deuda moral y real con los que nos subvencionaron nuestra formación. El pago hay que hacerlo teniendo en cuenta las necesidades de los demás, especialmente de los pobres, de cada contexto histórico. Por otra parte a los que son/somos profesores se nos paga por enseñar y... educar, no para atender un “parking” de niños o jóvenes, ni para ser payasos de un circo o entrenadores para un ocio consumista. ¿No es así?
Ahora más que nunca: VERDAD
Antón Negro
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