En esto consisten muchas de las patologías que encierra la mente humana. Yo pienso esto, pero hago lo otro. Yo quiero sentir esto, porque sé que es bueno para mí y para otros, pero no soy capaz de sentirlo . Por encima, los deseos se superponen y destruyen mi calma, mi sensación de bienestar.
Lo cierto es que la coherencia es básica. Cuando los sentimientos son contradictorios, los pensamientos no son claros, los deseos se adueñan de uno y se obstruye toda posibilidad de encontrar la calma interior que toda persona precisa para estar a gusto consigo misma, sabiendo que en todo momento está haciendo lo que cree correcto. Al sentirnos en dicha calma, transmitimos también una sensación o halo de tranquilidad, consiguiendo que los que están en nuestro entorno se beneficien.
Hoy se habla mucho de “persona tóxica", en cambio se habla poco de “persona vitamina” o benefactora, que nos ayuda con su conocimiento a formarnos como “persona” digna de tal calificativo. Personas que nos ayudan con una mirada, una sonrisa, un gesto de apoyo…
Está bien que se reconozca y se denomine por su nombre la maldad, pero, ¿acaso no es también necesario hablar de la bondad? Pues sí, y más que necesario.
Muchas personas no reconocemos la bondad que actúa sobre nosotros. Si reconocemos y denominamos la maldad, por su nombre, también hay que reconocer la bondad, o al final se acabará cambiando el nombre de "sociedad de bienestar" por el de "sociedad de malestar", y por desgracia el sentimiento de una "sociedad muerta", prevalecerá sobre el sentimiento de una "sociedad viva", cuyo fin, como sociedad, es la felicidad de sus miembros.
La bondad es la gran olvidada en nuestra cultura actual, o tal vez, la gran desterrada sea la palabra "magnanimidad"; en una sociedad tan competitiva que no quiere reconocer más que los méritos propios por miedo a ser tachados de simples, humildes (en algunos sectores se habla de tales personas como seres retrógrados).
Hay que ser muy humilde para reconocer que a uno se lo han dado todo y, que por lo tanto no posee más que los méritos propios de haber sabido beneficiarse de saber utilizar la materia prima que se le proporciona, las herramientas adecuadas para trabajarla y, las facultades innatas con que fue provisto para desenvolverse en este mundo.
No negaré que, en muchos casos, dichas facultades han sido cultivadas y potenciadas a motu proprio. Regalo de la “sociedad viva” a cada individuo. Pero, ¿que soy capaz de aportar a esta sociedad?, ¿acaso es más la escultura que el escultor?
Ahora más que nunca: coherencia
Juan Israel Durán Riobó
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