Juan Gérvas, médico general rural jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España. jjgervas @gmail.com www.equipocesca.org @JuanGrvas. Mercedes Pérez-Fernández, Especialista en Medicina Interna, médica general jubilada, Equipo CESCA, Madrid, España. mpf1945@gmail.com
La Reforma Psiquiátrica
En los años 60, 70 y 80 del siglo XX hubo un huracán de libertad y democracia antes de la caída del muro de Berlín. Ese huracán derribó los muros físicos de los manicomios y devolvió derechos humanos a los pacientes encerrados allí.
Fueron muy importantes el movimiento italiano, Psichiatria Democratica [Psiquiatría Democrática] y el estadounidense Frente de Liberación de los Locos, que demostraron que la represión y la coacción dañaban a los pacientes y que otra atención era posible, una atención “humana”, de respeto y dignidad en la comunidad, y también de saber que la Medicina y sus métodos eran parte del problema psiquiátrico. En los rescoldos de esta desinstitucionalización queda esperanza; por ejemplo, en el Diálogo Abierto finlandés, la Revolución Delirante vallisoletana, el Orgullo Loco internacional, los Escuchadores de Voces, Supervivientes de la Psiquiatría, etc.
Codicia sin fin
La noche del 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, que dividió la capital alemana durante casi tres décadas. El capitalismo se quitó la careta y su avaricia (en teoría y práctica) ha ido infiltrando la sociedad hasta el túetano, con la corrupción y el miedo por bandera. Ahora, más de treinta años después, la población prefiere la seguridad a la libertad y la respuesta a la pandemia de la covid, a partir de 2020, con “la salud” convertida en bien supremo, remató el claveteado del ataúd de la autonomía e independencia personal y social.
Por consecuencia, lo “natural” es el fascismo, que promete exactamente seguridad por encima de todo, el “come y calla” de toda la vida.
Atemorizados y encerrados en casa
Nos pretenden atemorizados y encerrados en nuestras casas, siempre temerosos de los demás y de todo, conectados a través de la misma electrónica que nos controla, mansos y obedientes, afectados de una lepra social que nos hace indiferentes al dolor de los demás. Bien lo demuestra la respuesta “occidental” a la barbarie colonialista sionista, la pasividad y normalización ante el genocidio palestino por Israel. O la aceptación de normas “anti-emigración” que conllevan daños y muertes y pretenden ignorar la causa de la causa, la depredación de los recursos de los países empobrecidos por los países enriquecidos.
El capitalismo saca provecho de todo y en particular de las necesidades sanitarias convertidas en artículos de consumo. La salud es el bien supremo que justifica todo, ya lo hemos comentado, no para disfrutar la vida sino por la salud en sí misma. La Medicina deviene puro negocio y para quien no puede siempre queda una especie de Beneficencia.
La Medicina, una “policía de la salud”
En este capitalismo sin careta, la Medicina es un brazo policial más, ejecutor de la ideología de represión, una “policía de la salud” cuyo poder bien se demuestra con los calendarios vacunales sin ciencia ni ética; en su extremo es el ingreso forzoso y la “contención”, con una Justicia también al servicio de los poderosos.
La bata y el fonendo son símbolos de un sistema que no respeta los derechos humanos, como se ve a diario en hospitales, urgencias, centros de salud, asilos (residencias de mayores o dependientes, dicen), cárceles y lugares de detención, e incluso en domicilios de pacientes.
La vida se vuelve absurda
Por consecuencia de la avaricia sin fin del capitalismo, por su triunfo en la lucha de clases, se generan contradicciones y gran sufrimiento y se pierde la dignidad personal y grupal.
La vida se vuelve absurda y la falta de horizontes conlleva el apagamiento general. Se nos hace creer que no hay posiblidad de resistencia ninguna, que el sistema es implacable. Por si hubiera dudas, la realidad se impone y ya hemos señalado como ejemplos la tolerancia al Israel colonialista y genocida, y las políticas generales “occidentales” anti-emigración, pero cabe añadir otros muchos como la falta de viviendas dignas, el trabajo con sueldos y condiciones miserables, la falta de respuesta ante los problemas de poblaciones marginadas, etc.
Hay un medicamento para cada mal
Cuando todo falla, queda la Medicina, con la Psiquiatría de hermana menor. La “policía de la salud” se muestra condescendiente y aplica remedios que ayudan a sobrellevar el apagamiento. Es el biopoder del filósofo Michael Foucault en todo su esplendor, el control de la vida personal y poblacional en el altar de la salud.
En esta concepción, la salud no es el disfrute de la vida pese a sus adversidades sino la conversión de cada adversidad en una enfermedad, en un mal.
Y ya se sabe, “Hay un medicamento para cada mal”, y si no, “Hay un remedio para cada mal”; es decir, hay una respuesta médica que facilita el pasar por la vida y que conlleva la neutralización de todo “disidente” y de la misma disencia en sí. Los psicofármacos y analgésicos se consumen como el pan, y las "terapias psi" (psicoterapia, gestal, secuencial integradora y más) se imponen como necesidad.
“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”, que difundía el pensador Jiddu Krishnamurti.
El capitalismo logra que la Medicina se alinee con su objetivo: el convencer a individuos y poblaciones de que lo importante es sobrevivir en este mundo de mierda (y no el cambiarlo).
Epidemias de etiquetas
Se levantan muros (con los medicamentos y con las "terapias psi") que hace posible vivir sin sentir, que agudizan la lepra social, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Los diagnósticos médicos justifican los tratamientos consiguientes, y a nadie parece preocupar las “epidemias de etiquetas” (y de los correspondientes tratamientos) tipo trastorno de personalidad múltiple, memoria recuperada de abusos sexuales, problemas de identidad de género, ansiedad, autismo, trastorno bipolar infantil, depresión y trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
El infierno son los demás
Lo clave es mi “yo” y mi “peculiaridad”, lo demás resulta ajeno e indiferente. El mundo deviene estrecho y peligroso, los demás incomodan y contaminan, hay que refugiarse en casa, si es posible trabajar en ella y encargar todo para que nos lo traigan a la puerta.
“El infierno son los demás”, y el cielo es el aislamiento y la soledad, vivir enclaustrado entre muros individuales de química farmacológica o de palabras psi que nos facilitan un pasar sin compromiso hasta la muerte (muerte que se niega, por supuesto). Bien lo analizó el psiquiatra Piero Cipriano en “El manicomio químico”.
¿Qué hacer? Resistir es existir, y no callar es mantener la esperanza.
¿Con frustración ante tanto que no cambia? ¿Dudas?
Con fe de carbonero hay que recordar que vale la pena hacer las cosas lo mejor que se sabe, comprometerse con el trabajo y con la vida.
Muchas veces parecerá fútil e inútil, pero no, siempre brota la hierba en el lugar más inesperado, vale la pena vivir sembrando.
Seamos humanos, los compromisos emocionales con los demás parecen haber sido la base profunda del éxito evolutivo que nos hizo humanos.
Frente al desgobierno de los plutócratas, el compromiso público con los marginados y especialmente con el sistema educativo y sanitario público como mejor expresión de la solidaridad.
Tenemos que aceptar tantas derrotas, tantos fracasos en lo personal y profesional, que acabamos siendo perdedores de fondo, de largo recorrido.
Perdedores sí, pero no agotados. Sin cejar pues sabemos que la virtud revolucionaria es la constancia. Así que perdedores, sí, pero incombustibles e indomables en pos de un utopía que nos mueve. Perdedores de largo recorrido, hasta que la muerte nos pare.
Ya sabemos que la utopía es como la Osa Mayor, que nos ayuda a orientarnos y a localizar la Estrella Polar, y con ello a encontrar la ruta a seguir guiándonos por nuestro compromiso ético, profesional y social con los marginados, sabiendo que no callar es mantener la esperanza y que la desesperanza en una forma de deslealtad (que dijo el filósofo Gabriel Marcel).
La derrota no vuelve injusta una causa, al contrario debería enardecernos para continuar por aquello de "estamos en derrota, que no en doma" que escribió el poeta Claudio Rodríguez.
«Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En que se puede fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados" que escribió el italiano Pier Paolo Pasolini. Por ello, resistir es existir y no callar es mantener la esperanza.
NOTA. Este texto se generó a partir de la asistencia a la presentación y debate el sábado 25 de enero de 2025 sobre el libro "La Reforma Psiquiátrica. El porvenir de una ilusión", escrito por Jorge Tizón y comentado en la librería Traficantes de Sueños por el mismo autor y Mariano Hernández Monsalve y Alberto Fernández Liria. Coordinó el acto Eugenia Caretti. Nuestros sentimientos e ideas no los pudimos expresar por falta de tiempo en el debate.
Muchas gracias por vuestras reflexiones. ¡Da gusto leeros (como siempre)! Es una pena que no tuviéramos tiempo para debatirlo en la presentación
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