Has cogido una pala y te has acercado a Paiporta, a Picanya o a Alfafar a limpiar lodo.
No tenías pala y has usado un tablero para achicar agua.
Has visto el desastre y no has aguantado sentado mirando el móvil (como decimos los mayores que os pasáis el día los jóvenes).
Estabas a las siete y media de la mañana en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y te has tenido que volver a casa porque los autobuses estaban llenos.
Has caminado varios kilómetros cargado con garrafas de agua.
Has colaborado en tu ciudad en la recogida de material para las víctimas.
Has puesto tu profesión a disposición de los damnificados.
Contemplas con indignación la desesperadamente lenta y débil respuesta del Estado a la catástrofe, la nefasta gestión de las alertas previas a la misma.
Observas con una mezcla de tristeza y rabia la dinámica política de enfrentamiento y división, mientras que te enorgullece la disponibilidad de cientos, de miles de personas volcadas en ayudar, con los que sientes un lazo invisible de fraternidad.
Esto pasará. Va a tardar, pero pasará. Las consecuencias personales, materiales, sociales, económicas serán duras y duraderas. Pero pasará. Se dejará de oír la voz de los vecinos en los medios, porque también la tragedia cansa al espectador. Irán apareciendo otras noticias, vendrán los programas benéficos en la televisión por Navidad, con famosos atendiendo llamadas y recibiendo donativos.
Pero después llegará la fase más dura para las víctimas, la de lidiar con las ausencias de los fallecidos, con la burocracia del Estado, con la reconstrucción de las zonas arrasadas y con la falta de atención mediática, que volverá a la zona cuando se cumplan fechas señaladas y nos irán recordando que se cumple un mes de la riada, luego un año y luego nada…
Volverás a tu trabajo, a tus estudios, a tu vida cotidiana.
Y ahí se jugará, de nuevo, todo.
Ahí se jugará dedicar tiempo y dinero a la limpieza y mantenimiento de los cauces, para que la próxima riada los pille limpios.
Ahí se jugará asegurar planes urbanísticos más humildes y seguros, más conscientes de que vivimos en un entorno que debemos cuidar.
Ahí se jugará acabar con la burocracia que aplasta y oprime, el peso del papel por triplicado, la cita previa y la fotocopia compulsada.
Ahí se jugará revisar y rediseñar protocolos de emergencias y ajustarlos a la experiencia.
Ahí se jugará la generación de una dinámica política que, desde una legítima diferencia de posiciones ideológicas, sea capaz de aunar esfuerzos.
Ahí se jugará la ordenación política y la distribución de competencias que permita prevenir catástrofes como esta y darles la respuesta adecuada.
Y todo no se hará sin política. Y servirás a los vecinos de Torrent y de Aldaia, de Utiel y de Requena, de Catarroja y de Massanassa más de lo que lo estás haciendo ahora. No te estoy pidiendo que dejes lo que estás haciendo, al contrario, te pido que lo lleves más allá. Que cuando dejes la pala sigas con la política.
cuando lo urgente termine empezará lo importante. Y a veces lo importante nos mueve menos que lo urgente.
Sé que a veces lo importante nos parece complicado y se lo dejamos a los que saben. Pero no te preguntaste si sabías organizar una recogida de material.
No te preguntaste si sabías usar una mesa para achicar agua.
No te preguntaste si sabías para quitarte horas de sueño ni dinero de tu cuenta.
Lo has hecho porque es lo que toca.
Juzgamos la política por sus protagonistas y en este caso el suspenso es mayúsculo. No queremos parecernos a ellos. Pero el reto de no parecernos a ellos no se resuelve evitando la política, sino haciéndola de un modo diferente.
Cuando llegue el momento de guardar la pala con la que has limpiado el lodo de las calles, las casas y los comercios, empezará el tiempo de seguir sirviendo a los demás desde la política. Cuando llegue ese día, no te borres. Trabaja desde el lugar que creas que debes hacerlo, pero no te borres. La política es la continuación de la pala.
Ahora más que nunca: verdadero socialismo
Diego Velicia
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