martes, 10 de septiembre de 2024

Recordando a Dom Helder Câmara

Hleder Cámara
JMJ, Santiago de Compostela
Somos muchas las personas que tuvimos y tenemos como un referente positivo en nuestras vidas a Dom Helder Câmara, que lo recordamos con agradecimiento en el 25 aniversario de su fallecimiento (27-VIII-99) cuando llevaba 90 años viviendo entre nosotros.

En agosto de 1989, hace 35 años, algunos tuvimos la gracia de compartir en Sarria una semana de vivencias con él. Nos presidía la Eucaristía, hacía oración con nosotros y nos dio algunas conferencias en el curso de la problemática Norte-Sur del Movimiento Cultural Cristiano, a quién acompañó en diversos actos en Santiago de Compostela con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa.

A los que convivimos con él nos impresionó su energía y vitalidad en las conferencias que dio a pesar de sus 80 años, su profundidad espiritual visible en su rostro incluso transfigurado durante la celebración de la Eucaristía. También supimos que a las 2 de la mañana se levantaba para estar unas dos horas de oración y a veces escribir algo como consecuencia de los frutos de esa oración.

De esos días compartidos en Sarria en los Mercedarios también me impresionó su admiración por Juan Pablo II de quien nos decía que era “un gran Papa y que merecía la palma del martirio”. Después supe que Juan Pablo le llamaba “hermano de los pobres y hermano mío”. Cuando éste visitó Brasil en 1980 la dictadura militar quería impedir su público encuentro con Dom Helder, pero el Papa le dio un largo abrazo en el aeropuerto y contó con su presencia durante todo el viaje.

Dom Helder nació en una familia pobre y siendo niño, manifestado el deseo de ser sacerdote, le escuchó a su padre decir que “ser ‘padre’ y ser egoísta no pueden ir juntos. El ‘padre’ tiene que gastarse, que dejarse devorar”. Fue ordenado sacerdote a los 22 años en 1931, nombrado obispo auxiliar de Río de Janeiro a los 43 y arzobispo de Recife-Olinda a los 55, donde ejerció su ministerio hasta jubilarse.

Su vida fue de fidelidad a los pobres, viviendo y luchando por y con ellos, mismo fundando el Banco de la Providencia en 1959 para la atención de las personas que vivían en la miseria. Fueron verdad en su vida las palabras de San Ireneo, “la gloria de Deus es que el hombre viva”. Al final del Concilio Vaticano II con un grupo de 40 obispos, después de celebrar la Eucaristía en las Catacumbas de Domitila (16-XI-65), firmaron un documento conocido con el nombre de Pacto de las Catacumbas de la Iglesia servidora y pobre. Su lucha con los pobres y por ellos tenía una clara dimensión política al denunciar la injusticia estructural.

Dom Helder fue defensor de la no-violencia activa, citaba con frecuencia a Gandhi y mantenía correspondencia y relación con Martin Luther King, a quién vio por última vez en mayo de 1967. Escribió el libro “La espiral de la violencia” para denunciarla y en especial la primera violencia, la injusticia, y poner en marcha el movimiento “Presión Moral Liberadora”. Contribuyó decisivamente al conocimiento de la palabra “concientización” (ideada por Paulo Freire) con la finalidad de “concientizar” para liberar, para hacer un “mundo más justo y más humano”, como nos decía con frecuencia.

No me sorprende que, a pesar de su compromiso por la paz mediante la no-violencia activa, la Academia de los Premios Nóbel no le concediese el de la Paz, aunque fue propuesto tres veces, al igual que a Gandhi, y siendo ambos más merecedores de él que muchísimos de los que lo recibieron. Tampoco es sorprendente que lo amenazaran repetidamente, le mataran algún colaborador, aunque la bala era para él, o le enviaran algún sicario para matarlo e incluso que su vivienda fuera ametrallada.

Próximamente será beato, pues el Vaticano aprobó en noviembre de 2022 la documentación para su beatificación (18 tomos, 60.000 páginas). La Fundación Mounier publicará pronto en la colección Sinergia su biografía. Dom Helder hizo realidad en su vida lo que dijo en su toma de posesión en Recife:

«Soy un nativo del nordeste el que habla a otros nativos del nordeste, con los ojos puestos en Brasil, en América Latina y en el mundo. Una criatura humana que se considera hermana, en la debilidad y en el pecado, de todos los hombres, de todas las razas y de todas las naciones del mundo. Un cristiano que se dirige a cristianos, pero con el corazón abierto ecuménicamente hacia todos los hombres de todos los pueblos y de todas las ideologías. Un obispo de la iglesia católica que, a imitación de Cristo, no viene a ser servido sino a servir». Y finalizaba diciendo: «No es justo  suponer que, porque luchemos contra el comunismo ateo, defendemos el capitalismo liberal; y no es lícito concluir que somos comunistas, porque criticamos con cristiana valentía una posición egoísta del liberalismo económico».

Mucho tenemos que aprender de Dom Helder, un ejemplo a seguir para cualquiera de nosotros.

Ahora más que nunca: Justicia

Antón Negro

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