domingo, 5 de mayo de 2024

Sánchez, Franco, Negrín

En la calle y en la historia nos podemos encontrar personajes que siendo muy diferentes tienen un punto en común. Los puntos en común positivos hacen avanzar la historia: el trabajo, el amor, la gratuidad, la emoción que provoca la belleza por citar algunos. Los puntos en común negativos son un círculo vicioso, realidades cuya erradicación sería buena noticia: egoísmo, mezquindad, autoritarismo…

Es el caso del paternalismo. Más frecuente en la Antigüedad que ahora, realidad propia de otro tiempo, que sigue dando coletazos de bestia herida. La mayor parte de los dirigentes autoritarios son paternalistas. “Todo para el pueblo pero sin el pueblo” sigue siendo real. No se dice así pero así se hace. Sánchez sigue alardeando de que le acompañan algunos números, pero también lo hicieron Franco o Negrín. Aparentemente contrarios, igual de paternalistas.

El paternalista alardea de sus sacrificios. Y no miente. El paternalista no es el gandul que espera sentado a que le designen, que se fuma un puro mientras ve pasar los restos de los enemigos y que cuando le traicionan se echa unos güisquis y a seguir la vida. ¡Qué más da! El paternalista tiene su coraje y esto le lleva a algunos sacrificios. Dedica mucho tiempo y esfuerzo. Negrín exigió plenos poderes económicos a Largo Caballero siendo ministro de Hacienda y logró imponer sus tesis al presidente Azaña. Franco las pasó canutas para ganar, y aunque guardara más de un as en la manga, sacrificios hizo. Los horarios de Sánchez no se los deseo a nadie. Es verdad que tiene todo tipo de medios pero unos horarios endiablados.

El paternalista a la vez que se sacrifica es alguien muy dado a los placeres. Es una montaña rusa. El aplauso de las masas es un subidón desde luego. Los placeres de Negrín son para analizar hasta desde el punto de vista psiquiátrico. Vomitar para seguir comiendo no es muy normal e irse a putas a París, en plena Guerra tampoco. Si alguien se molesta en leer las Memorias de los dos médicos cercanos que tuvo Franco descubrirá que acabó obsesionado por algunos placeres. Los de Sánchez están a la vista.

Uno de los ¡catalanes! que fue cardenal de Toledo (Pla i Deniel) las tuvo tiesas con los obreros cristianos que atacaban el paternalismo. El hombre entendía que siendo Dios Padre no se podía atacar el paternalismo. Ni el obrero Rovirosa, ni el cura Malagón le pudieron convencer, aunque la cosa es sencilla porque el paternalismo es una inflamación, un desorden que oscurece y quita brilla a la paternidad. Se puede ser padre sin hacer paternalismo y éste más bien es una traición a la vocación de fraternidad que todo padre lleva en las entrañas.

La convocatoria de Sánchez a que le acompañáramos obsequiosamente en la meditación se queda corta de paternalismo al lado de la ulterior confesión. “Voy a liderar una regeneración”. Paternalismo, como Franco, como Negrín. Mesianismo, como Franco, como Negrín. Autoritarismo, como aquellos. Despendolada egolatría, grave desconocimiento de los propios límites, como aquellos.

El pueblo no es paternalista. El Padre Nuestro no es paternalista. Muchos dicen el Padre Nuestro sin caer en la cuenta de que no dice “el pan nuestro de cada día dales hoy”. Dice DANOS. Porque quien inventó el Padre Nuestro formaba parte del pueblo, parte de los necesitados de pan. El paternalismo es fácilmente reconocible: siempre hace cosas para los otros: para las periferias desde el centro, para los de abajo desde arriba. Bien lo dijo Nyerere: “No necesitamos ayudas, necesitamos que nos quiten el pie de encima”. Padre Nuestro va de solidaridad, no de paternalismo.

A muchos la comparación e identificación (¡en esto!) de estos tres personajes les parecerá arriesgada y quizá lo sea. Por si se lo quieren pensar les recuerdo que uno de los grandes intelectuales españoles del siglo XX, Salvador de Madariaga, se atrevió con una comparación tan sugerente como identificar a Franco y a la Pasionaria. Decía que eran igual de anarquistas porque habían hecho lo que les daba la gana. Los dos.

Ahora más que nunca: Autogestión

Eugenio A. Rodríguez

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