martes, 6 de febrero de 2024

El trabajo, fuente y consumo de energía. Que no falte la alegría a pesar de algunos malos ratos

Mercedes Pérez-Fernández, especialista en Medicina Interna, médico general jubilada, Equipo CESCA, Madrid, España.
Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general rural jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España
equipocesca.org mpf1945@gmail.com jjgervas@gmail.com


Teoría

El trabajo es capacidad transformadora que depende de nuestras fuerzas físicas y mentales. En general hablamos de trabajo al referirnos al trabajo remunerado, pero gran parte del trabajo no es remunerado, es “gratis et amore”. Por ejemplo, el trabajo con los propios hijos y ancianos, lo que llamamos “cuidados”.

Dicen que el trabajo es un castigo, que fuimos expulsados del Paraíso y condenados a ganarnos el pan con el sudor de la frente. Consta en el Antiguo Testamento de judíos y cristianos, en Génesis 3,19: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!”.

Sin embargo, el trabajo no es siempre un castigo y en muchísimas ocasiones es una forma de participación social, de cooperación al bienestar común. Por ejemplo, el trabajo de un basurero en la ciudad, el de un maestro en la escuela, el del conductor de un tren, el de un médico a la cabecera de la cama del paciente, etc.

En las sociedades capitalistas y en el trabajo por cuenta ajena, el trabajador produce bienes en exceso, lo que llamamos plusvalía (que revierte en forma de ganancia al capitalista, como explotación). En el trabajo por cuenta propia, en el de cooperativas y en el de sociedades socialistas cabe que tal plusvalía se evite o revierta directamente en el común.

Práctica

¿Qué hacer en el día a día cuando hay que trabajar por cuenta ajena en una sociedad capitalista como forma de obtener ingresos que permitan una vida digna?

En lo concreto, ¿podemos superar la concepción del trabajo como castigo sin caer en la complacencia de la violencia simbólica?

Es violencia simbólica la alegría de los corderos que van al matadero. Más académicamente, es violencia simbólica una relación social en que el «dominador» ejerce un modo de control de los «dominados», los cuales no perciben dichas prácticas en su contra, por lo cual son cómplices de la dominación a la que están sometidos.

Sí, creemos que se puede superar la concepción del trabajo como castigo sin caer en la complacencia de la violencia simbólica. Lo logramos cuando somos capaces de analizar las condiciones de trabajo y de exigir los cambios que decrezcan la plusvalía y al tiempo incrementen la satisfacción con el trabajo bien hecho.

En nuestro caso, en el trabajo como médicos de cabecera en el sistema sanitario público, hemos sido siempre conscientes de los problemas estructurales pero ello no ha disminuido nunca nuestros compromisos profesionales. Hemos promovido (y seguimos promoviendo) la mejora del sistema sanitario público de cobertura universal sin que los problemas no resueltos haya dado pie al trabajo mal hecho. Nos ha parecido abominable lo de “me engañarán en el sueldo, pero no en el trabajo”, la apuesta por la labor mal hecha como “compensación” ante la plusvalía.

Hemos vivido el trabajo por cuenta ajena como fuente y consumo de energía sin que nos haya faltado la alegría diaria. No fue una alegría tonta, sino la alegría de poder expresar en vivo y en directo, en cada paciente, la solidaridad entre humanos que representa el sistema sanitario público de cobertura universal.

Por supuesto, en el día a día hubo malos ratos, pacientes y situaciones difíciles, especialmente vivimos con desagrado los problemas sociales “sin solución” (sin solución porque no se quiere, como la falta de viviendas dignas).

Salíamos cansados y estábamos deseando volver a casa, pero en conjunto, cada día de trabajo en la consulta y en los domicilios fue fuente de energía, acúmulo de alegría y contento, de inspiración para estudiar, de fuerza para querer cambiar el mundo, de elementos de ética para exigir otra sociedad y de satisfacción con el trabajo bien hecho (o de haber intentado hacerlo bien, que no es poco).

Calculamos que cada uno de nosotros tuvo en su vida clínica, de estudiante a jubilación, unos 250.000 encuentros con pacientes. Algunos, naturalmente, generaron desagrado y a veces rabia, pero la gran mayoría los vivimos como fuente de alegría y energía, para la vida en general y para el trabajo clínico en particular.

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