martes, 30 de noviembre de 2021

Covid 19 prolongado. Más incógnitas que certezas.

José R. Loayssa

Asistimos al surgimiento de muchos casos en los que pacientes que sufrieron Covid-19, o al menos pensaron que lo habían sufrido, experimentan síntomas variados por un periodo de tiempo prolongado. En principio no debería extrañarnos; no era descartable que viéramos pacientes que, tras la enfermedad viral, sufrieran un síndrome post-viral que puede durar varios meses (el síndrome postgripal se sitúa entre estos cuadros). Tampoco debe causar sospecha que cuadros graves de COVID-19 dejen secuelas en los pacientes que lo han padecido. Por ejemplo cuando ha habido una neumonía intersticial extensa no es descartable que se produzca una limitación permanente de la capacidad pulmonar aunque pocas veces afecta a la vida cotidiana de la mayoría de las personas. La propia estancia en la UCI, sea por el motivo que sea, si es prolongada deja daños duraderos.

Pero hay varias cuestiones en la “epidemia” de casos de Covid prolongado que obligan a una actitud cautelosa. La primera es que los casos de “Covid prolongado” no se correlacionan con la gravedad de la enfermedad aguda y ni siquiera se descartan casos en los que no existe constancia de que efectivamente se ha producido una infección por el SARS–COV-2. Otra cuestión que llama la atención es que entre los síntomas predominan aquellos que son vagos e inespecíficos y en los que los estudios médicos habituales no encuentran una causa clara que los explique.

Cuando alguien sufre unos síntomas tras una infección viral (u otro cuadro) la primera pregunta es si realmente el malestar se ha iniciado después de la infección o los síntomas venían fraguándose desde hace más tiempo, es decir si la persona hacia tiempo que no se encontraba bien y la Covid -19 ha servido para “cristalizar el malestar" y para que el paciente “se dé permiso” para sentirse mal.

Estamos ante un padecimiento que es en la mayoría de los casos diagnosticado por los propios pacientes y los médicos habitualmente no toman la iniciativa de hacerlo. Podemos asistir a una nueva enfermedad sin bases fisiopatológicas claras que se una a otras que ya conocemos (alergia multiquímica, a la electricidad, enfermedad de Lyme crónica, incluso fibromialgia) en las que después de muchos años siguen persistiendo incógnitas sobre su naturaleza. Como digo, eso no significa que no existan cuadros de secuelas crónicas que convendría diferenciar de otros menos definidos. Por último señalar que no hay que olvidar que estamos ante una enfermedad que ha sido presentada prácticamente como una condena a muerte. Ser diagnósticado de COVID-19 suponía la posibilidad de experimentar un miedo cerval. Ese miedo podía quedarse en el cuerpo, un síndrome de shock postraumático, compatible con los síntomas descritos, no es descartable y podría ser una de las explicaciones de esta enfermedad.

Creo que debemos seguir investigando con mente abierta esta nueva entidad clínica sin precipitarnos a colocar una nueva etiqueta diagnóstica sin suficiente fundamentación científica. Contrariamente a lo que pudiera parecer estos diagnósticos, que frecuentemente culpan al paciente, no van a ser útiles para recuperar la vida normal de los que padecen síntomas prolongados tras un COVID-19 y suponen de hecho una cronificación medicalizada.

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