Un año después de aparecer la epidemia en España, el cansancio y la impotencia se han extendido entre la gente sin que se vea la salida del túnel. Además, asistimos resignados a una farsa política en la que la refriega partidista ha tomado el protagonismo, mientras un gobierno impasible se ha resignado a convivir con la epidemia. El resultado es una de las peores gestiones de la pandemia en todo el mundo. Todo lo que se podía hacer mal se ha hecho mal, y casi todo lo que se podía haber hecho bien no se ha hecho o se ha hecho muy tarde. Hago un breve balance, al tiempo que planteo los sencillos remedios que mejorarían la lucha contra el virus.
1.- Se ha planteado el control de la epidemia como una guerra contra el virus. Como es sabido la primera víctima de una guerra es la verdad. La mentira, la ocultación, el engaño y la manipulación han alcanzado una dimensión portentosa. Además de camuflar las cifras de muertos, la gestión de la información ha sido un desastre. El remedio es la verdad. Decir la verdad y mostrar la realidad, tal cual es, es comenzar a sanar. Conocer los datos reales es el presupuesto básico para gestionar con éxito la epidemia. Es necesario hacer una auditoría a fondo de la gestión, tal como han pedido numerosos científicos, para detectar los fallos del sistema, corregirlos y estar preparados para controlar el mal.
2.- Una horrible gestión de los tiempos. El gobierno siempre ha llegado tarde a todo. A veces, por intereses bastante cretinos. Privada y públicamente manifesté con bastante antelación lo que había que hacer y que, al final, el gobierno hizo con un gravísimo retraso. A principios de febrero dije que había que cortar la comunicación con Italia, a final de febrero, que había que aislar Madrid y confinar los focos locales; por no hacerlo se confinó todo el país. A primeros de agosto, cuando era posible controlar los brotes dispersos, reclamé el cierre de la actividad nocturna: se ha terminado haciendo varios meses después. Podría continuar, hay otros muchos ejemplos de inoperancia. En una epidemia el peor de los escenarios termina por llegar y los remedios más odiosos acaban por resultar los más deseados. Hace falta una autoridad informada y decidida que acepte aquel imperativo de Lope de Vega: «Para, ¡oh voluntad!, el fin en los principios». Es preciso crear una agencia de salud pública independiente, que obedezca a criterios estrictamente sanitarios y tome los mandos cuando sea preciso.
3.- Una acción incoherente y hasta contradictoria. Anuncios tan osados como que el virus era menos peligroso que una gripe, y que algunos creímos, resultaron ser un engaño que la realidad denunció, redundando en una gravísima pérdida de confianza en la autoridad sanitaria. Mascarillas, de entrada, no, pero por fin indispensables y obligatorias en todo tiempo y lugar: ¿no suena a burla y a tomar a los ciudadanos como menores de edad? El necesario liderazgo centralizado colapsaba por incapacidad y la reacción fue fragmentarlo y desentenderse de él en favor de las regiones, salvo para su uso politiquero. Sorprende la escasa reacción crítica de una sociedad ya hastiada por tanta incoherencia. Un empirista cínico podría demostrar que a mayor uso de mascarilla mayor cantidad de contagios. Munición para demagogos. En efecto, la correlación existe, aunque no hace falta haber leído a Hume para comprender que de eso no se sigue que sea la causa. No obstante, era una medida fácil, que se vendió como la panacea a una población ya dispuesta a obedecer. Ante tanta irresponsabilidad, es necesario apelar a lo que sin ella sería de todos modos necesario: la responsabilidad personal y colectiva de la ciudadanía, sin la cual cualquier medida, a más de coercitiva y abusiva, es ineficaz. El papel de las autoridades también es informar, formar, concienciar persuasivamente de que cada uno es el principal recurso para proteger la salud propia, la de la familia y los amigos, de que todos somos responsables de todos.
4.- Técnicamente se han dado palos de ciegos, es comprensible. Sin embargo, no es aceptable la hipermetropía para la sanidad clínica -sea pública o privada- y la miopía para la salud pública. Este enfoque beneficia al sector industrial sanitario, altamente capitalista, al tiempo que margina la acción menos costosa y más eficaz de la prevención. Siempre hay que cuidar -también a los ancianos, los más maltratados en esta crisis-, pero es mejor no enfermar que curar. Social, económica y humanamente es mucho más rentable. La oportunidad de frenar la segunda ola existió, pero nunca se optó decididamente por dotar de personal y medios a un sistema de rastreo eficiente, por lo que rápidamente, rotos los diques preventivos desbordó al sistema asistencial.
La vacunación avanza a duras penas, pero por ahora es suficiente. Seguiremos insistiendo.
Francisco Márquez Barranechea
Técnico de Salud Pública
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