domingo, 16 de agosto de 2020

Ponerse en el lugar del otro: Maximiliano Kolbe

Zuzanna Gawron
Traductora

Era un caluroso día de agosto del año 1941. Como cada mañana, los presos del campo de concentración nazi, KL Auschwitz, al sur de Polonia, estaban en fila en la plaza. Daba igual si caía la nieve, hacía un frío atroz de 20 grados bajo cero o si quemaba el sol. Los presos tenían que aguantar el tiempo que el comandante quisiera. Una, dos tres, seis o diez horas. Muchos no sobrevivían esas torturas. 

Uno de los presos era el fraile franciscano Maximiliano María Kolbe. Llevaba ya varios meses en ese terrible lugar. Doctor de teología y filosofía, fundador de una de las primeras emisoras de radio católicas y de uno los conventos más grandes en la historia – era una pequeña ciudad, hoy día se llama la ciudad de la Inmaculada o Niepokalanów – y de una imprenta en la que salía una revista católica, que tuvo un éxito sin par. Misionero en Asia, fundó un convento en Nagasaki y una revista en japonés, sin conocer ni siquiera el idioma. Tenía planificado construir un aeropuerto y llegó a diseñar una nave aeroespacial con gran precisión. Su objetivo vital era ayudar a todo el mundo a que se entregaran a la Virgen Inmaculada. 

En Auschwitz le tatuaron en el brazo el número 16.670.  

Maximiliano, estaba, junto a los demás, de pie. El día anterior había escapado un preso y los demás, iban a pagar por el fugado. El comandante Karl Fritzsch estaba furioso. Empezó a seleccionar a diez hombres que iban a ser condenados a pena de muerte en represalia por el fugado. Serían asesinados de manera cruel: de hambre. En un largo proceso, una lenta agonía. 

El comandante pasaba lentamente fila, mirando con asco a los ojos a los presos. Eligiendo a los diez que iban a pagar por el acto de fuga. Estaban tremendamente agotados, pues les habían puesto en fila desde las primeras horas de la madrugada. Cansados del trabajo esclavo y la falta de comida.  Algunos temblando de miedo. Esos, junto a los más débiles, eran los que caían. 

El comandante hablaba en alemán. Había un traductor a su lado que iba traduciendo lo que se decía. Primera fila: “¡Du!” que significa “tú” en alemán. “¡Du!” “¡du!,” “¡du!”, un sonido que retumbaba en las cabezas de los presos que de tanto miedo y presión, pasados muchos años, recuerdan aún el terror que les provocaba escucharlo. Como si un tambor golpeara fuertemente una caja hueca. Y de repente por décima vez: “¡Du!”, dicho a un hombre que no llegaba a los cuarenta. Francisco, pues ese era su nombre, dijo solamente afligido, para sí mismo: “¡Ay, de mi mujer, ay de mis hijos que serán huérfanos! No los volveré a ver.” El fraile Maximiliano se encontraba cerca y escuchó sus palabras. Se salió de su fila. Todos los presos y los responsables del orden de fila de cada bloque miraban sin aliento lo que estaba pasando, una escena inusual. Por lo general nunca nadie se salía de su fila, del orden establecido. Si conseguías pasar el paso de lista y volvías con vida al bloque, significaba que probablemente ibas a sobrevivir una noche más. Salirse de la del orden, hacer cualquier gesto inesperado era castigado con pena de muerte. Mientras tanto, fray Maximiliano pasó una fila, y otra, y otra hasta así llegar al comandante Fritzsch. Cuando se le aproximó a la distancia permitida, se puso firme y se quitó la gorra. Fritzsch dijo en alemán “¿Qué quiere este cerdo polaco?” Maximiliano le respondió en alemán que quería ofrecerse por aquel hombre. “Soy un sacerdote polaco. Ya soy viejo y quiero morir por él porque tiene mujer e hijos”. El comandante, aunque irritado, aceptó su propuesta.  

Maximiliano y Francisco eran dos desconocidos a los que la historia les hizo que sus destinos se cruzaran en un bloque del campo de exterminio.Años después, Francisco recordaba: no pude decirle nada. Nos  miramos el poco tiempo que fue posible y él se fue.

Todos los condenados fueron llevados al “bloque de muerte”, el número 11. Los desnudaron y metieron en las celdas para que murieran de frío y hambre. Los testigos dicen que durante los primeros días se escuchaban rezos y cantos de ahí. A los pocos días, se fueron silenciando.

Fray Maximiliano murió entre los últimos. Pasadas dos semanas aún seguía vivo. Le aplicaron una dosis mortal de fenol en vena. Dicen que su cuerpo tras la muerte relucía.

Francisco llegó a la edad de los 94 años.El padre Maximiliano Kolbe, a los 47 años después de su asesinato, fue declarado santo por el papa polaco, Juan Pablo II. 

Santo Maximiliano María Kolbe nos dejó sus palabras: “sólo el amor es creativo”, “el amor no descansa sino se expande como el fuego que lo devora todo.”

Un sobreviviente del campo de concentración y antiguo compañero de Maximilianolo recuerda así:“me puso la mano aquí, en el hombro y me dijo: la esperanza, sólo la esperanza.”

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