“No hay vida sin forma de vida. Que la forma sea susceptible de cambiar para ser aún más forma, o de diluirse y perderse, es el motivo del cuidado del alma” [1].
Angustia, miedo irracional a lo desconocido o a lo conocido, que nos lleva a vivir situaciones que preferiríamos no tener que afrontar. Situaciones que prevemos traumáticas sea del ámbito cotidiano y familiar, o del ámbito social en el que nos desenvolvemos con nuestros conciudadanos, parientes, compañeros de trabajo, amigos.
Miedo al futuro siempre incierto, hasta en ocasiones al pasado. Ese pasado que se nos hace presente: hechos o dichos que ya no podremos cambiar y, que en cambio nos muestran un futuro sin horizonte.
Para que esto suceda no hay una causa real. La conciencia, siempre subjetiva, nos atormenta y no podemos variar las sensaciones a nivel neurológico, emociones presentes en ese preciso instante.
No podemos ser capaces de autocontrolar la angustia. La angustia se define por ser etimológicamente un paso angosto, estrecho. Actualmente se refiere a la sensación (subjetiva) emocional de estrechez, de tormento, de tristeza, de culpa, a la que muchas personas se ven sometidas. Se dice muchas veces que a uno le falta el aire, se ahoga, se siente oprimido psicológicamente; aunque no haya un peligro real que nos predisponga a esa situación tan vívida, irreal-real. Nada que pueda definir lo que está sucediendo. Fase de alarma.
Miedo al miedo, opresión, agobio, nuestros movimientos con falta de confianza se manifiestan torpes. No se es capaz de respirar y se siente uno muy vulnerable. Fácilmente, cualquier comentario nos puede hacer daño. La sensación se dispara cuando uno siente la necesidad de gritar y comprueba que no puede hacerlo. Se siente un peligro inminente, pero es inexistente.
Los pulmones no son capaces de recoger el aire necesario para respirar hondo. La caja torácica parece aprisionada entre dos muros que se estrechan cada vez más, al igual que en una pesadilla. Intentamos inhalar y expulsar aire, todo el que nos es posible y, comprobamos que no somos capaces. Ese aire, que intentamos que corresponda a nuestra intención de relajar y estirar nuestros pulmones al inhalar y exhalar. Respirar es un intento por oxigenar nuestra mente.
Sentirse vivo para saber que uno está aquí. En un mundo donde no importa para ningún ser definido, a priori, pero que se hace necesario para todas las personas que precisan de nuestra presencia, para realizar la suya en su yo más íntimo. Uno puede llegar a hacerse daño a sí mismo para escapar de dicha situación. Ser presente no es lo mismo que hacerse presente.
La persona que precisa hacerse presente podría tener problemas de autoestima. La persona que vive en el presente socializa de manera indistinta con un “Diógenes” que con un “Alejandro”. No hace selección, se siente interpelado y referido en su camino hacia los demás y hacia su interior.
De esta forma se realiza una persona en el presente, sana, modélica, que adopta la postura correcta para el encuentro que se produce en cada instante, viviendo en el momento, en su encuentro con los demás, en el acontecimiento que está viviendo; siendo consciente del peso específico que posee uno mismo. Lejos de la vanidad, el orgullo, la soberbia, el egoísmo innecesario. El presente es humilde y así se presenta, con un taparrabos, el mismo que por pudor se muestra en las imágenes de Jesús crucificado.
Nuestra forma de relacionarnos con nuestros allegados, muchas veces consiste en un emoji (corazoncito, pulgar …). Nos compromete menos un whatsapp que una conversación cara a cara. Cuando tenemos enfrente a la persona los ojos hablan, los gestos dicen, las palabras se graban. Podemos quedarnos sin léxico verbal, pero no sin gestos o expresiones. Menos sin las sensaciones que crean los sentimientos que provocan dichas manifestaciones visibles.
Muchos no seremos capaces de decir o transmitir lo que pensamos. Nos bloqueamos ante el prejuicio de: esto es una bobada, mejor me callo, sin percatarnos que la bobada es necesaria en ese momento, ya que tal vez nadie sabe qué decir o bien la conversación puede derivar por derroteros no convenientes.
El prejuicio anula la comunicación. No escuchamos. Nos instalamos en lo que queremos decir, en nuestra siguiente respuesta, cuando en realidad nuestro interlocutor pide cercanía, escucha ante su comentario. Se termina el diálogo. Cuando ya no escuchamos entramos en un conflicto dialógico, no somos capaces ni de escuchar ni de entender, menos de hablar. “Un diálogo auténtico es como un canto a dos voces” [2].
Ya no escuchamos, nos movemos en un monólogo interior que precisamos exteriorizar y, nos hemos olvidado del “encuentro” con nuestro interlocutor. De repente nos separa un abismo. La cercanía física se contrapone al encuentro de dos seres comunicativos, dos seres con espíritu, dos seres que necesitan ser escuchados … Estos dos seres se han separado cuando más se necesitan. Irremediablemente vuelven a su cubículo o recinto interior, a su clausura forzada. Hemos perdido gran parte del don de la comunicación.
Es muy cansado cuando uno solo escucha al que habla. Se siente que a uno le están diciendo una adivinanza, “el cuento de la buena pipa” o, que uno está corriendo detrás de un objetivo-presa, … ¿qué me está diciendo?, y así es.
Si la persona que habla no deja hueco y ocasión para poder transmitir la inquietud que se ha generado en su interlocutor; éste, pasa a un plano no dialógico: - receptor de ondas sonoras - persona cosificada y, mismo el comunicador, se convierte en - altoparlante -, persona cosificada también. Humanamente la podríamos definir como un charlatán-persiana que se enrosca y desenrosca sobre sí misma, siempre girando sobre un mismo eje: su ombligo.
Para seguir sintiendo que uno existe, la persona está obligada a dejar de prestar atención a la conversación; la mente se cansa, las palabras aturden y aparece la fatiga mental. Entonces, uno se siente prescindible.
Al hablante ya le da absolutamente igual el nombre de su interlocutor, su presa, su persona cosificada, (usada como válvula de descarga); su esencia, sus problemas y alegrías. El hablante se conforma con ser escuchado, (podría grabarse a sí mismo y escucharse después, pero no sería gracioso).
El presente es absoluto, un instante memorable para esa persona que habla. Pero no existe comunicación en dicha situación. La comunicación debe dejar espacio a ser interpelado, entendido, cuestionado o reafirmado.
El presente también es absoluto para la persona que escucha. Vive ese instante de acoso verbal como un atropello. Al hablante lo podríamos considerar un terrorista de la comunicación. En él no hay lugar para la correspondencia propia del diálogo, su interlocutor está incomunicado, no puede manifestar sus pensamientos ante lo que escucha. El mensaje es unidireccional y no se espera respuesta. El receptor se ve privado de libertad y, la libertad, es lo único que podemos poseer en verdad, pues depende de nuestra decisión personal. Maïti Girtanner [3] hizo de su vida una máxima:“no haré de mi vida una tragedia”.
El trabajo en la Resistencia de Maïti, contra el nacismo, surgió de su sentido del deber. Cuando la detuvieron los nazis asumió “la responsabilidad moral del bien de sus compañeros de prisión. Desafiando el silencio impuesto por los guardas, hablaba a sus compañeros y consiguió que se hablasen entre ellos; porque -un ser humano es ante todo un ser que se expresa-”. Finalmente, asumió la responsabilidad moral de cara a sus captores. El mandamiento de Cristo resonó en ella como un imperativo moral innegociable: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen (…)”. Mat 5: 44.
Uno siempre es libre de poder elegir. Muchas veces nos autoengañamos pensando que somos libres. Mientras, lo que realmente está sucediendo es que somos esclavos receptores de la influencia del medio en el cual nos desenvolvemos.
La libertad es, a día de hoy, ir contracorriente. Nadar, solo puede nadar uno, pensar, solo puede pensar uno. Es absurdo creer que otro nadará por mí; al igual que lo es creer que otro pensará por mí. Salvarse, únicamente se salva uno. Nadar y pensar son dos verbos indicativos de que no queremos perecer. La libertad consiste en ser libre uno mismo. En este maremagnum en el cual nos desenvolvemos con más o menos pericia, o nos buscamos libremente a nosotros mismos, o terminaremos ahogándonos; dejaremos que nuestra libertad se ahogue. Ya no nadamos. Ya no pensamos. Ya no somos libres.
El terreno firme donde nos situamos puede volverse pantanoso. siempre habrá que elegir el asidero, el pensamiento al cual nos queremos aferrar para no perecer. Nadar, pensar, es elegir vivir. Elegir vivir nos obliga a que gritemos, para en caso de no tener fuerzas suficientes, alguien pueda ayudarnos a sobrevivir, agarrándonos, e indicándonos donde apoyar el pie, un camino seguro, y así no ser engullido por el océano de la vida facilona-hedonista. Un estilo de vida respaldado por los mass media y, que se nos muestra como única opción de vida.
Los mass media, las personas que nos rodean en nuestro trabajo, en nuestra calle, en nuestros lugares de esparcimiento, en nuestra casa; toda nuestra relación con el medio en el cual nos desenvolvemos, debe ser pensada y puesta en cuestión si altera nuestra conciencia. Una persona siempre tiene conciencia, es sabedora de lo que está bien y mal. Se nos educa para que tengamos unas pautas de vida.
Hay reglas no escritas, que cada uno sabe que no debe sobrepasar o incumplir, a riesgo de entrar en conflicto consigo mismo. Demasiadas veces nos dejamos arrastrar a situaciones que nos alejan de nuestro proyecto de vida, del fin que creemos debemos alcanzar individualmente, y para el que intuimos que hemos sido creados.
Si nos adaptamos a los modelos existentes en la sociedad, perdemos libertad; si adoptamos dichos modelos podremos dejarlos cuando no nos convengan. En la adaptación hay rutina, hábitos; uno se vuelve líquido al amoldarse a las situaciones que vive.
Si adoptamos ese modelo de vida es porque nos ayudará a mejorar como seres humanos, al ser elegido libremente. “Adoptar (...) es mantenerse como sí mismo y como autor del amparo y de la construcción del mundo. Adaptarse es convertirse en proletario y siervo de un sistema impersonal” [4].
Nos gustaría potenciar nuestra libertad y, a veces nos enrocamos en ser lo más diferentes posible y, caemos en la homogeneidad pensando que la diferencia está en: un tatuaje,un piercing, pendientes por doquier, pantalones rotos, peinados, poses que utilizan los influencers, trajes de alta costura que denotan nuestro “estatus social”, utilizando marcas indicativas del mismo; modos de hablar impersonales, con palabras retomadas de otras personas y que no nos aportan nada ( en algunos casos lenguaje malsonante ); cuando la paradoja de la realidad es que cada vez nos homogeneizamos más.
La diferencia está en el interior de uno mismo. Al igual que no hay dos gotas de agua iguales, no hay dos personas que puedan ser iguales. Poseemos los mismos componentes orgánicos, pero nuestras mentes, nuestras personas, son siempre únicas, irrepetibles. Eso es diferencia: diversidad, disparidad, y es la única misión que poseemos en este caminar por la tierra; la búsqueda de nuestro ser más íntimo, de nuestra libertad interior, de nuestra forma intransferible de vivir, de nuestra manera de expresar lo que interiormente somos.
La persona que atraviesa un momento de su vida difícil, suele cambiar su cuadro de prioridades. A veces puede suceder que la vida en la que está inmerso, no se corresponde con la que un día había soñado, en la cual tenía un proyecto que aún no ha realizado.
La vida nos envuelve y enmaraña, dándonos tortas, empujones y alegrías. Un día nos despertamos y, al igual que en “La metamorfosis”, de Franz Kafka, no podemos reconocernos:
<< Gregorio Samsa trata de levantarse para asistir a su trabajo, pero se da cuenta de que durante la noche se ha transformado en un monstruoso. La familia de Gregorio pasa duros momentos por el miedo a que se sepa que albergan a un monstruo como él en su casa. Su padre comienza a odiarlo. Su madre todavía le muestra cierta piedad ya que es su hijo, pero se desvanece después de verlo>>.
En la novela de Kafka se nos muestra la crudeza de la incomprensión, no tan solo social, sino también familiar y personal.
Ansiedad, sensación de agobio, angustia, ganas de gritar que no somos capaces de llegar a materializar; encerrados en un cuerpo que nos es ajeno y del cual no podemos decir nada que se corresponda con el primigenio objetivo vital. Ojos vidriosos, ganas de llorar que no conseguimos materializar; impotencia ante lo que estamos viviendo. Sobrecarga de tensión emocional, con un factor predominante: frustración. ¿Qué parámetros modificar para cambiar la situación que estamos viviendo?
El dolor, la ira, el miedo, la tristeza; conforman un batiburrillo de sensaciones que se manifiestan en la angustia y, la impotencia nos desequilibra emocionalmente. Surge la enfermedad.
Dicha enfermedad, como apunta el filósofo de Cuenca, residente en Madrid y fundador del Instituto Emmanuel Mounier, Carlos Díaz, se define como no estar firme, in-firme. Uno no sabe dónde apoyarse o como sostenerse para asegurar su estabilidad emocional. Lo paradójico, es que aún en esos momentos, seguimos siendo uno mismo, la misma persona en otro estado, in-firme; la misma persona con su enfermedad.
Si uno no se adhiere a su enfermedad y la rechaza, no será capaz de integrar y compaginar su enfermedad en su vida, pues, las dos conviven en la misma persona. Si su parte consciente no acepta su parte sufriente (enfermedad), debido a que se trata de una psicopatología, es, todo el ser, la “patología encarnada”; acepte o no acepte su estado. Convivirá más fácilmente consigo mismo si se acepta, mas, haga lo que haga, siempre es él mismo. La aceptación de la enfermedad, forma parte de un proceso, lleva su tiempo y, es muy doloroso. Un duelo que se debe vivir. A riesgo de que si no se realiza, quizá uno nunca se encuentre a sí mismo.
Nunca camina sola la enfermedad: por un lado ella y la persona por otro. Son indisociables. La patología encarnada, esa persona, es “figura de unión familiar y social". Queda de este modo elevada a ser indispensable para todos los que la rodean, pues es su presencia, el saber que está ahí, la que une a una familia o a un barrio. Se trata de un sentimiento humano, innato, que no se puede definir más que como un amor especial, desinteresado, que cada ser humano siente hacia los demás y, que el cristianismo define como ágape.
Una persona donde la enfermedad se manifiesta en estado puro, estará incontaminada por el exterior. El exterior es la sociedad. De dicha sociedad podemos recoger lo bueno y lo malo. Nuevamente somos libres de elegir. Retorno al Paraíso y a la elección de Adán.
Todos los seres humanos vamos atravesando la vida que nos es dada, a través de caminos, fases, pues “vivir en el conflicto es vivir en el combate contra el mal” [5]. Podríamos decir que estamos enfermos: “Todo aquel que cuida al otro es médico, porque antes que una categoría profesional médico es una determinación antropológica. Nada más humano que el gesto médico, ni nada más santo” [6].
<< El yo sufriente es un ser no-firme, enfermo, precisado de terapia, de ser cuidado com-pasivamente, salvando lo humano de la persona para llegar a su parte sana, su parte divina; esto solamente se puede hacer terapéuticamente, com-pasivamente, no con lástima (sentimiento negativo no igualitario); el yo se da entre iguales cuando valoramos a la otra persona con la misma medida que nos valoramos a nosotros. Al decir com-pasión nos igualamos con la otra persona, padecemos con ella, pues estamos bajando a su ̈infierno ̈, a su sufrimiento, en donde hallamos lo peor de uno mismo, pero sólo de este modo podemos aspirar a traerlo a la verdad de su ser, al sentirse sí mismo, libre de ataduras [7]>>.
Octavio Paz, Premio Nobel de literatura en 1990, comenta en un artículo que publicó sobre Munch: << … la mujer es uno de los ejes del universo de Munch. El otro es el hombre o, más exactamente: el hombre solo frente a la naturaleza o ante la multitud, solo ante sí mismo ( … ) Munch fue uno de los primeros artistas que pintó la enajenación de los hombres extraviados en las ciudades modernas. Su cuadro más célebre, “El Grito”, parece una imagen anticipada de ciertos paisajes de The Waste Land [8]. El grito de Munch, palabra sin palabra, es el silencio del hombre errante en las ciudades sin alma y frente a un cielo deshabitado [9].
Eduard Munch, reflejó en su cuadro “El Grito”, la disociación de sensaciones, la disyuntiva de emociones: vértigo, tristeza, agobio, pánico, angustia que consigue transmitir al que lo contempla. Debemos tener en cuenta que su madre murió teniendo él cinco años, siendo educado por su padre, médico militar. Su hermana mayor muere de tuberculosis cuando él tenía catorce años, apareciendo en su hermana pequeña los primeros síntomas de un trastorno mental, demencia.
<<Munch era un artista dual, (...) que tanto pintaba como escribía. Y escribía como pintaba: procurando plasmar las primeras impresiones, reiterando las descripciones aplicando ligeras variaciones, obsesionándose con motivos recurrentes (...) o, no dando nada, ya fuera pintado o escrito, por definitivo, por rematado[10] >>.
El momento en el que concibió “El Grito”, lo plasmó mediante una pintura icónica a día de hoy. Munch concedió gran importancia a ese instante que dió origen a la necesidad de querer dejarlo plasmado, razón por la que realizó cuatro versiones de dicha obra, además de una litografía.
Acababa de visitar a su hermana ingresada en un hospital psiquiátrico y, el mismo, estaba atravesando una nueva fase neurótica. La versión de 1895, se convertiría en la más famosa de sus obras, icono del expresionismo, y se halla en la Galería Nacional de Oslo.
<< Caminaba con dos amigos por la carretera; entonces se puso el sol. de repente el cielo se volvió de un rojo sanguinolento, y sentí un estremecimiento de tristeza. Un angustioso dolor me oprimía el pecho. Me detuve, me apoye en la valla, increiblemente cansado, -lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado y sobre la ciudad. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás, temblando aterrorizado- y sentí el grito inmenso, infinito de la naturaleza [11] >>. ( T 2367 )
"Empecé a gritar también, pero nadie me estaba escuchando. Me di cuenta de que tenía que gritar a través de la pintura, y luego pinté las nubes como si estuvieran llenas de sangre, hice gritar los colores. No me reconoces, pero ese hombre soy yo". (Edvard Munch)
La salud física de Munch siempre fue precaria. Atormentado por trastornos neuróticos, los cuales, como medio de evasión lo obligaban a refugiarse en el alcohol. Intentó, mediante sus pinturas y sus escritos canalizar su sufrimiento interno, traducido en angustia existencial. Eran sus miedos, prejuicios ante la enfermedad ( la cual pensaba que inevitablemente lo atraparía ), sus trastornos, los que le obligaban a beber para enfrentarse a la vida:
<<Mi abuelo paterno murió de tuberculosis espinal y creo que, debido a esto, mi padre heredó su carácter nervioso e inestable, que nosotros, los niños, heredamos de él. Algunos, como Scharfenberg y otros incompetentes, piensan que mi arte está enfermo. ( … ) Cuando yo transformo la enfermedad en arte, como en “La niña enferma”, sucede al contrario: es una saludable expresión. Representa mi salud. Cuando represento sufrimiento, es una saludable reacción ante él, algo de lo que otros pueden aprender ( N 131 ) [12] >>.
Su obra fue muy criticada, al igual que su salud mental era de continuo cuestionada. Este hecho le llevó a realizar un acto de vandalismo sobre su cuadro “El Grito”. Después de la exposición de 1895 en Noruega la frase: “Solo puede haberlo pintado un loco”, apareció escrita en la esquina superior izquierda. Al principio se creyó que había sido un acto vandálico, pero después de diversos estudios se comprobó que había sido el propio Munch el autor de dicho acto. En esta obra aparece una figura andrógina, que se trata de la calavera de una momia peruana que Munch pudo contemplar en su visita al museo de París; época en la que también pudo conocer la pintura de Vincent Van Gogh, y reafirmarse en que el arte es una reacción contra el realismo, no imitación de la naturaleza.
La angustia existencial que acompañó a Munch a lo largo de su vida, se manifestó en sus obras: agobio, angustia, miedos, entre ellos a quedarse sin compañía, encerrado en sí mismo y, no ser capaz de expresarse y comunicar lo que sentía, lo que veía, lo que oía, lo que vivía. Este hecho propició un camino de expresión y relación con el mundo. Todo artista queda definido por su afán de expresarse, de manifestar sus sentimientos. << “No puedo soportar estar mucho tiempo lejos de mis pinceles y carboncillos -comentó a sus amigos-. Debo saber que, si el deseo de pintar me viene de pronto, he de tenerlos a mano”. Refugio seguro es el trabajo, la pintura, donde realmente es feliz [13]>>.
Munch se expresó. Si no lograra manifestarse de la forma que lo llevó a cabo, su obra no existiría y, a Munch, tal y como lo conocemos hoy, no lo conoceríamos. Quizá fuese uno más entre los miles que no han logrado salir de la homogeneidad, al haberse adaptado, en vez de adoptado, una actitud vital ante la vida. Hoy conocemos a Munch, por su lucha continua, su batalla en la noche de Betel. Su batalla por reconocerse en todo lo que hacía en cada día de su vida, en cada instante. Su gran obra, su gran victoria, fue no ceder un ápice en aquello que necesitaba expresar y únicamente él podía hacerlo.
Experimentando y adoptando distintos estilos pictóricos se encontró en su pintura. En sus escritos, que son unos apuntes que prolongan e introducen en dichas pinturas, aunque hablan por sí solas, sin necesidad de explicación. Sus emociones quedaron reflejadas y manifiestan que a través de diversas técnicas adoptó el expresionismo para, como hoy podemos comprobar, no quedarse encerrado en sí mismo.
Al reconocerse con sus fantasmas, su catarsis, su sentir, mostró que esta forma de expresarse lo ayudaba a seguir luchando contra todas las críticas que recibía por su manera de concebir el mundo y expresarlo, reflejando de manera única e intransferible su vida y dejando un legado único.
Se dice que era solitario. Todos somos solitarios. ¿Cómo no serlo? Un nadador, un pensador (filósofo), un guerrero, un artista, está siempre solo en su tarea, en su permanecer contra todos los convencionalismos. Él adoptó técnicas de arte hasta que apareció la forma simbiótica en la cual su vida y su arte eran la misma circunstancia. Salvando su arte se salvó a él mismo. No cedió a las tendencias imperantes ni a las críticas; no cedió a la tentación de no transmitir su vida interior, pues, en la introversión uno no se manifiesta. Munch se manifestó y, con gran delicadeza mostró su alma, sus tesoros, sus agobios, sus miedos, a los cuales no dejó que lo paralizaran.
Maïti Girtanner, observó que: Al releer los capítulos finales del Evangelio de San Marcos, a través de toda la pasión, muerte y resurrección, el leitmotif es apertura: << … es el motivo más destacado porque el símbolo de la cerrazón es el pecado>>. “Una vida cerrada en sí misma no lleva fruto” [14].
La naturaleza está emitiendo gemidos constantemente, gritando y, el arte de Munch plasma en esta obra la forma mediante la cual él intentó no seguir escuchando ese grito, gemido sufriente de todo ser humano y de la naturaleza. Munch ha reflejado lo que sintió en su vida, su inquebrantable voluntad de vivir. San Pablo en su carta a los Romanos: 8-20,22, nos dice:
<< … sabemos que “la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente”. y no solo ella, sino que nosotros, que poseemos ya los primeros frutos del Espíritu, también gemimos en nuestro interior aguardando la adopción de hijos de Dios>>
Juan Israel Durán Riobó
Vigo, 22 de septiembre del 2024
[1] .- Josep María Esquirol, “El cuidado del alma”, (Pág. 142 ).
[2] .- Josep María Esquirol, “La resistencia íntima”; (Pág. 104 de 239).
[3] .- Erik Varden.- “La explosión de la soledad”. (Pág.106)
[4] .- Josep María Esquirol; “La Escuela del Alma”, ( Pág. 34 )
[5] .- Josep Maria Esquirol, “La escuela del alma”, (pág. 133).
[6] .- Josep María Esquirol, “La escuela del alma”, (Pág. 134).
[7] .- Juan Israel Durán Riobó. “Revista Acontecimiento" .- Carlos Díaz en Vigo.
[8] .- T.S.Eliot.- “La Tierra Baldía”
[9] .- Eduard Munch, “El alma pintada”, Fuensanta Niñirola, ( Pág. 108 ).
[10].- Eduard Munch, “Cuadernos del alma”
[11] .- Eduard Munch, “El alma pintada”, Fuensanta Niñirola, ( pág. 108 ).
[12] .- Eduard Munch; “El alma pintada”, Fuensanta Niñirola, ( Pág. 62 )
[13] .- Eduard Munch, “El alma pintada”, Fuensanta Niñirola, (Pág. 178).
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