Juan Antonio Delgado de la Rosa
Con solo siete años, el pequeño Llanos quedaría huérfano de
madre. Esa orfandad, más que un mero dato histórico, se hizo en Llanos
“espacio y misterio” que le marcará íntimamente de forma indeleble. Es como
un virus, el de la soledad más honda. Un sentimiento que horadaba el alma
(cuando golpea la circunstancia vital de un niño privado de la ternura de su
madre). La orfandad fue el origen de sus depresiones, que se incrementaron con
la muerte de su hermano Nicomedes. Por tanto, para Llanos la orfandad se pagaría de por vida como sentida carencia, que le hiere las entrañas. Esta orfandad tan hondamente vivida, sería para Llanos clave para reconocer sus taras y su carácter difícil. De sus humores casi crónicamente bajos, de sus irascibilidades y sus repliegues.
La esperanza pone al hombre a la tarea de este mundo, citándonos hoy para
mañana y mañana para pasado, sin saltos ni evasiones, pero sin puntos finales ni
autoderrotas, porque esta esperanza cristiana incluye el Maranata. Esperanza
absoluta ante la cual la muerte no es sino un mañana más original y serio. Y así escribió su Credo, que hoy 31 años después, de la usencia sentida de Llanitos, nos ilumina en el camino de la vida:
“Creo que la vida es buena,
la que experimenté, la que experimento,
la del “a pesar de todo”,
la que besa por sorpresa,
la que guarda las espaldas,
la que cita desde las cosas tan sencillas
y en las horas más calladas.
Creo en los hombres como son,
en aquellos que fueron amigos entrañables,
y en los que me moldearon diestramente,
en aquellos a los que me atreví a moldear
también un poco,
y en todos con los que marché y marcho
por la vida,
confesando al amor como artículo de fe.
Creo en la acción,
la que me fue despertando e irguiendo,
según tomaba parte en la aventura humana,
la que me salvó del naufragio
al par que me quemaba, en dialéctica feroz,
la acción que es pensamiento, saber,
curiosidad, palabra y pluma,
tareas, mando…y la poesía.
Creo en las “causas” humanas,
las que fui descubriendo una tras otra,
a las que serví,
y al fin de ellas, en esta,
la de la justicia y libertad para todos,
según estructura socialista compartiendo entonces el llanto, la rabia y
la lucha
con los hombres del pueblo.
Creo en el sentido de los fracasos,
en el de las perplejidades, la impotencia y
el mal,
en el de la vulgaridad, el egoísmo, el cansancio,
en la depresión, el absurdo y la náusea,
en mis “retiradas” mil, y en la muerte tan
callando.
Creo en el misterio,
como telón de fondo, interrogante,
el que asoma detrás de cada triunfo y de
cada derrota,
de cada flor, de cada latido y de cada hermano,
tras la luz tan abierta y el silencio profundo.
Creo con otra fe, que ya no es mía del todo,
creo en Jesús de Nazaret, Señor y hermano,
su muerte y su victoria, su vida aquí y ahora,
su mensaje liberador, su llama exigente,
su profecía cifrada…y en Él.
Creo en Dios Padre, y en su don, el Espíritu,
por Jesús y según su palabra,
creo en la alianza jurada y la promesa,
creo en una su presencia inexperimentable
y en una su acción incomprensible,
creo por ello en la paz, y en la plegaria.
Creo en la Iglesia y en la humanidad,
creo en la Iglesia como levadura humilde,
sacramento y llamada,
creo en mi ministerio entonces, en mi puesto,
aquí desde hace 47 años,
creo en la humanidad entera, como pueblo
que marcha trabajando por Dios,
en libertad y progreso, estructurado y ya púber,
con sus vivos y sus muertos, hacia el Reino.
Creo al fin y por fin en la esperanza,
en el “ya sí pero todavía no”,
en el “a pesar de los pesares”,
en el “mañana, pues, y pasando mañana”…,
en el “todo es posible porque Dios es y más…”.