domingo, 13 de junio de 2021

El Cuerpo de Jesucristo construye pueblo


En el comienzo del Evangelio de Juan hay un magnífico himno dedicado a la PALABRA. El eje de ese pasaje es la afirmación siguiente: “La palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros”. La Palabra era Luz, Vida, Salvadora, Creadora, Dios, Verdad, Gracia y nos hace hijos de Dios. 

Esa Palabra hecha carne, Jesús de Nazaret, vivió y lo mataron en los tiempos en que gobernaba en Judea un tal Poncio Pilatos, un Delegado del Emperador Romano. Jesús se abajó y pasó por uno de tantos (Flp 2,7) para muchos de sus contemporáneos. Pero celebró la Pascua de los judíos y ahí creó una presencia entre nosotros en lo que generalmente se llama comunión, COMÚN UNIÓN, alimento de fraternidad y de vida que no termina, sino que continúa después de esta vida.

Participando de la Cena de quien es la Palabra hecha carne nos unimos con Él y somos Cuerpo de Cristo en palabras de Pablo de Tarso (1 Cor 12, 27; Rm. 4, 5; etc). A veces, para diferenciar la época actual de la de Jesús hace 2000 años, decimos Cuerpo Místico de Cristo, pero no olvidemos que Él afirma estar realmente presente ahora y siempre en los más necesitados, que para un cristiano son Cuerpo de Cristo.

Cualquiera puede comprobar que la vida humana es social, tanto en el momento del nacimiento e infancia, como ya en la vida adulta. Al nacer necesitamos que nos den de comer, nos enseñen a hablar y nos den una cultura, unas herramientas para poder caminar por la vida. Necesitamos ser engendrados socialmente, y seguimos necesitando durante toda la vida de la colaboración del prójimo. Esa condición social lleva a que constituyamos instituciones que son amparos y ayudas para la vida de las personas. La función de toda institución, por tanto, no es aprisionar a la persona, sino ser un amparo y ayuda que la capacite para desarrollar al máximo las capacidades que cada uno tiene, y esa función la deben cumplir desde la institución más próxima a la persona, la familia, hasta las más alejadas como el Estado y las Organizaciones Internacionales.

Por su propia condición el Alimento Eucarístico, el Cuerpo de Cristo, crea diversos grupos y comunidades en esa gran amplitud de movimientos eclesiales y comunidades cristianas por todo el mundo, de ahí que encontremos muchas veces esta afirmación: “la Eucaristía hace la Iglesia”. Así vemos la implicación entre el Cuerpo de Cristo y los diversos acontecimientos y fiestas de la vida de las personas y de los pueblos. Estamos tan acostumbrados a ver en los carteles de las fiestas de los pueblos gallegos que aparezca MISA SOLEMNE, e incluso novena, junto a pasacalles, sesión vermut, verbena... que no nos paramos a pensar en el sentido antropológico, social y religioso que manifiesta, y lo que eso significa.

Que “las personas sean el Cuerpo de Cristo” forma parte tanto de nuestras raíces como de las aspiraciones más profundas, lo que lleva a considerar coherentes las referencias a Jesucristo presentes en tantas banderas y escudos de ciudades y naciones de España y de Europa entera. Sin ir más lejos encontramos en el escudo de la ciudad de Lugo y en el de Galicia la figura de ese cáliz románico, patrimonio europeo y propiedad de una muy pequeña parroquia de la diócesis y provincia de Lugo.

La corporalidad de Cristo, de la que formamos parte, hace a todos y a cada uno importantes tal como les decía Paulo de Tarso a los hermanos de Corinto en su misiva (1 Cor 12, 12-31). En ella llama a que todos seamos corresponsables desde las diferentes capacidades y funciones desempeñadas. De estas convicciones hace más de 350 años surgió la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia al Cuerpo Eucarístico de Cristo en la Catedral de Lugo, realizada cada año por uno de los alcaldes de las siete ciudades capitales de provincia del Reino.

La Ofrenda, para no caer en mentira y falsedad, debe conllevar comportamientos adecuados. Exige la mutua colaboración en igualdad de las personas y también de las instituciones. Hay que asumir cada uno las propias responsabilidades y promover o permitir que otros asuman las suyas. Se debe vivir la solidaridad y facilitarla entre los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, el cual nos envía a construir una humanidad que esté unida en una verdadera familia.

Jesucristo en muchos pasajes del Evangelio afirma que está especialmente presente en los pequeños y más necesitados. Ahí está el llamado por muchos “Evangelio de los Ateos” cuando en Mateo 25, 31-46 encontramos: “Venid, benditos de mi Padre... porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed...” y ante la pregunta de estos sorprendidos: “¿Cuándo te vimos hambriento... sediento...forastero...?”. Les responde: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

La aspiración a una unión solidaria entre todas las personas está en el corazón de toda persona de buena voluntad, a la vez que también es una exigencia para todo cristiano, y porque une a ambas dos se entiende que esta Ofrenda se lleve celebrando ya 350 años. ¡Renovemos el compromiso de colaboración y apoyo mutuo!

Antón Negro

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