“Una joven prometedora” constituye sin lugar a dudas una grata sorpresa para el espectador, aún cuando el filme, jugando entre las bromas y las veras contenga una reflexión y un mensaje muy amargos. La película es la historia de una venganza, tema muy usual en el cine pero que en su tratamiento esta película lo hace sorprendiendo constantemente al espectador, casi jugando con él, provocándole una risa que después congela con sus aportaciones siniestras. Todo contado además con un buen ritmo narrativo, que da a la película un aire de intriga que sorprende constantemente al espectador.
Aún cuando la película se guarda muchas veces algunas cartas bajo la manga, sus intenciones y denuncias se nos muestra ya en la primera secuencia, antes de los primeros títulos de crédito en los primeros planos de la película, en la secuencia inicial. Un plano medio que nos muestra. de cintura para abajo los cuerpos de unos hombres bailando y a una joven (la protagonista) vestida y maquillada provocativamente y medio borracha. Después…
Como el cine bueno siempre responde a las interrogantes que la sociedad plantea, y ahora hay una cuestión muy digna de fijarse en ella que es la situación de la mujer y su lucha por encontrar el lugar que siempre se le ha buscado, esta película es un claro exponente de ciertas posturas de fuerte intransigencia de los movimientos feministas más radicales. Esa sed de venganza contra los hombres (donde éstos siempre aparecen cono malos o tontos), ese ejecutar la justicia por la mano, ese plan diabólico de devolver mal por mal, se plasma en la cinta de un modo matemático, de manera que lo que comenzaba como un film de comedia negra casi termina como uno de terror. La cinta se constituye entonces en uno de los manifiestos más extremosos del movimiento “#Me Too”, y es casi una propuesta terrorista del feminismo.
El riesgo de una película como ésta, que se mueve entre la comedia y el llamado thriller, estriba en que al director (aquí, directora) se le vaya la mano a veces en la caracterización de los personajes, así como en la credibilidad de sus conductas. Y en algunos momentos esta película cae en ese defecto: la protagonista, una Carey Mulligan, que pasa de una sonrisa angelical al gesto más siniestro, está muy acertada en su interpretación, pero en algunos momentos gesticula demasiado. En la última parte de la película la credibilidad de lo que va aconteciendo es cada vez más débil, de modo que da la sensación de que todo está preparado para ese final casi apoteósico que busca desconcertar al propio espectador. Pero quizá sean defectos perdonables por el conjunto conseguido de toda la película.
Ahora, mas que nunca: Igualdad
José Luis Barrera Calahorro.
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