domingo, 27 de septiembre de 2020

MUJERES INTERNAS Y FALSO CRISTIANISMO



           Mingote: "Al cielo iremos los de siempre"

Trabaja de lunes a lunes, sin apenas descanso, cocinando, limpiando y cuidando durante más de 140 horas a la semana, por 800, 1000, 1200 euros… No tiene espacio propio, come, duerme e intenta descansar en su lugar de trabajo. No tiene intimidad, cuando habla con su familia, o con alguna amiga lo hace siempre bajito, para no molestar a los señores, y para que no escuchen sus preocupaciones y sus desvelos.

Siente que es duro, muy duro, que ni su cuerpo ni su alma pueden aguantar más, aunque el mantra que escucha sistemáticamente de familiares y compatiotras es el contrario, el de “AGUANTA”, “TIENES QUE AGUANTAR”, de tal manera que se ha llegado a creer que es una “floja” si tira la toalla, si dice basta a tantas humillaciones.

Lo peor no es el duro trabajo físico y psicológico, es saber que hay familias, que por una triste cantidad de dinero, sienten que pueden comprar tu vida. Y decidir si un día sale o no de casa, o dónde va, o con quién está en su tiempo libre, y recibir amenazas de despido, insistir en que no se quieren escuchar quejas, ni oír hablar de otras condiciones laborales, sin permitir una lágrima o una cara triste, repitiendo como una cantinela que las condiciones están cerradas, si las quieres las tomas, y si no, ya habrá otra que haga el mismo trabajo por menos sueldo. Aunque suene feo, y de otros tiempos, en nuestra ciudad sigue habiendo esclavitud y gente que se aprovecha de esta esclavitud, tristemente también entre los cristianos.

Es la vida de las internas, sin papeles, sin derechos, aceptando cada vez peores condiciones, sacrificando los mejores años de sus vidas por sacar a los suyos adelante. Y que se encuentran atrapadas, vendidas, por la necesidad de dar de comer y pagar facturas. Están en las manos de familias, de clase media y alta en la mayoría de los casos, muy probablemente buenos compañeros de trabajo, amantísimos padres de sus hijos, amigos de sus amigos, y hasta devotos cristianos, pero incapaces de ver a la mujer que trabaja en su casa, cuidando a sus ancianos, como a una persona, con dignidad, sentimientos y vida propia más allá de su trabajo.

El 27 de septiembre la iglesia entera celebra el día del Migrante y el Refugiado. Mi oración este año, será por tantos cristianos, que ni se han dado cuenta que es el mismo Señor Jesús, escondido en la vida pobre de la mujer interna, el que está recibiendo los desprecios y las ofensas.

Por tantos migrantes que claman con angustia y esperanza: “Libérame Señor, como liberaste un día a tu pueblo”. Quien tenga oídos para oír, que oiga.

Ahora más que nunca: Dignidad para los últimos

Nuria Sánchez

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