Un cambio mucho mayor fue la invención de la escritura, ya que esta supuso superar, trascender dos limitaciones físicas de golpe: la del espacio y la del tiempo. La escritura hace que ya no sea necesario estar ante quien habla ni cerca para conocer lo que este expresa. La palabra de las personas ahora escrita puede “oírse” a cientos o miles de kilómetros de distancia, y también cientos o miles de años después. Los límites espacio-temporales son trascendidos, superados con lo que la vida humana toma otra dimensión en la comunicación. Los cambios posteriores a ella, como la imprenta y el tratamiento de textos, son más bien graduales, progresivos.
Por otra parte en la escritura y en el lenguaje es realmente milagroso que con menos de 30 letras se puedan componer millares de palabras diferentes en centenares de idiomas. Eso sin olvidar la gran bendición que supone que todo conocimiento y experiencia vital que una persona le pase a otra no lleva consigo que los pierda para sí. Dar conocimientos y experiencia a otros, por tanto, no nos empobrece, sino que además nos enriquece.
Así nos acercamos a lo más milagroso que es el regalo, adquisición, descubrimiento, invención y uso del lenguaje simbólico y conceptual que abre tantas posibilidades de diálogo, comunicación y comunión, experiencia, conocimientos, reflexión, autoconocimiento y autotrascendencia... Podemos decir que la palabra, el lenguaje, nos hace personas humanas. De este modo sabemos que, además de ser engendrados biológicamente, necesitamos ser engendrados socialmente, para que mediante el proceso de socialización lleguemos a ser miembros colaborativos de la sociedad. Somos constitucionalmente seres sociales para el diálogo, la solidaridad y la fraternidad.
En este sentido es muy revelador y muy buena noticia el comienzo del evangelio de San Juan que se lee en la Misa del 25 de Navidad y en el domingo del 2 al 5 de enero, si lo hay. En él se afirma que “en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios” (Jn. 1,1-2). Desde este evangelio es fácil de entender que la persona humana fue creada a imagen y semejanza de Deus, que esto, además de ser muy Buena Noticia y Don, nos pone ante la responsabilidad de emplear las palabras de una manera sagrada para el bien de todos y a no corromperlas en la mentira, engaño y divisiones que deshumanizan y nos apartan de Deus.
Luego Juan continúa diciendo que “todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (1,3) con lo que nos hace tomar conciencia del poder constructor que tiene la palabra para que con ella y la acción correspondiente ir creando y recreando la familia, los grupos, las comunidades y hasta un proyecto de pueblo, nación, varias naciones unidas o ser una única humanidad.
Continua: “en ella estaba la vida y la vida era a luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (1,4-5). ¡Cuántas veces una palabra amiga nos iluminó el camino, disipó oscuridades en nuestra vida! Una Palabra Divina que nos iluminó el camino de la vida y nos dio fuerza para atravesar la noche y llegar al amanecer con nuevas esperanzas y fuerzas para una vida renovada.
La persona no crece cerrándose sino acogiendo y dándose: “pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (1,16). ¡Cuántas alegrías y buenas noticias nos vinieron por palabras, especialmente lo que llamamos Buena Noticia, Evangelio! ¡Cuánta energía, aliento, gratuidad agraciada, fuerza y espíritu se nos comunicó por la palabra! Por eso se entiende el movimiento de médicos que cuidan especialmente la palabra como elemento terapéutico, entre los que destaco a Rof Carballo, natural de Lugo (“Juan Rof Carballo: la curación por la palabra” de Antonio Piñas Mesa).
Finaliza el texto del evangelio: “a Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (1,18). El Dios invisible solo puede ser conocido a través de su Palabra hecha ser humano para humanizarnos. Tan fundamental es la palabra que nuestros conocimientos los entendemos con palabras y con ellas los transmitimos a otras personas. Por eso, para la humanidad se hace fundamental en la convivencia diaria la fidelidad a la palabra dada a los hermanos y no es posible crecer en humanidad, si no cuidamos humana y divinamente las palabras que empleamos y siendo conscientes que debemos ser coherentes con que “y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (1,14) para sanarnos y salvarnos de todo mal.
Ahora más que nunca: Verdad en Comunicación
Antón Negro
Antón Negro
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