Desde
hace décadas se ha vuelto muy popular una imagen, sencilla y a la
vez contundente, que pretende desvelar la lógica oculta del poder.
En ella se presentan dos marionetas, una caracterizada como la
derecha política y la otra como su eterno rival, la izquierda
política. Son las clásicas marionetas de cachiporra que se vapulean
mutuamente movidas por las manos del mismo titiritero, el verdadero
protagonista de la metáfora. La escena deja entrever todavía otra
lectura: Nosotros somos el público que se ríe y se mofa de un
personaje mientras aplaude a su oponente. Tan excitados estamos en la
representación que olvidamos, aunque lo sepamos, que existe un
manipulador (se llaman así, que le vamos a hacer) de los personajes
que les hace decir lo que quiere porque para eso es también el
guionista.
Ya
Aristóteles en su Poética nos desvelaba el funcionamiento de
la tragedia y explicaba la necesidad de que el público se
identificara con el personaje central y le siguiera de forma empática
durante la trama. La industria de Hollywood explotó este recurso
hasta lo inverosímil. Sólo que, a diferencia de la tragedia griega,
aquí el héroe, que siempre era americano, triunfaba sobre los
malos, que frecuentemente eran árabes o rusos.
La
escena del guiñol nos invita a mirar al que que introduce su mano en
el títere porque es el que realmente organiza la trama. De la misma
forma, si queremos entender qué buscaba la tragedia griega o las
películas de Hollywood tendríamos que fijarnos en los guionistas.
Hoy ya sabemos que unos y otros perseguían objetivos políticos muy
concretos.
La
conclusión evidente de los tres ejemplos nos muestra una primera
relación visible y conflictiva entre dos personajes que habitan en
la escena, los títeres o los héroes. Pero también nos habla de una
segunda relación entre los guionistas y manipuladores de marionetas
por un lado y el público por otro. El gran reto que nos presenta la
desobediencia, entendida, tal como la entendemos en este escrito
(Ver: Desobediencia y amor 1 y Desobediencia y amor 2 ) es enfrentarnos a los guionistas y a los manipuladores.
Ahora
que ya sabemos que las “crisis” económicas, ecológicas o de
salud son previsibles y por tanto se pueden evitar o al menos
controlar, tendremos que preguntarnos cuál es la razón de que no
podamos adelantarnos a ellas; ahora que descubrimos que después de
cada “crisis” aumenta la pobreza, pero también los millonarios;
ahora que comprobamos que estas “crisis” tienen causas concretas
que es necesario atajar pero que quedarán relegadas una vez más por
las urgencias de las consecuencias; ahora que ya sabemos que a las
grandes corporaciones bancarias, mediáticas o energéticas invertir
en las campañas electorales les ha salido rentable… Ahora, ha
llegado el momento de no aceptar el papel de público que jalea a
unos y se mofa de los otros. No podemos ser cómplices de los
principales medios de comunicación que no dudan en recurrir a los
trucos de las cachiporras hasta construir un relato simplista de la
realidad en la que sólo parecen habitar los buenos y los malos, los
comunistas y los fachas, el blanco y el negro. Quizás haya llegado
el momento de señalar a los guionistas de toda esta trama. Sin duda
es necesario desobedecer a todos los mecanismos que pretenden
imponer la división entre los que asistimos, cada vez más
desesperados, a la representación. Es urgente desobedecer a la
polarización política impuesta que conduce a todo tipo de guerras,
en las que siempre mueren los que no las han provocado.
Desobedecer
es un acto de amor a fondo perdido porque hace falta mucho amor para
levantarse en medio del público y señalar al guionista. Uno se
expone al rechazo y al vituperio de unos y de otros. Y eso sólo lo
resiste el amor, el amor político, que no encaja con estas
izquierdas y estas derechas que necesitan dividirnos. El amor que ha
sido y sigue siendo la fuerza de los débiles que consiguen cambiar
el mundo contra todo pronóstico. El amor desobediente que sólo
obedece al amor.
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