sábado, 10 de junio de 2023

CIEN AÑOS DE LORENZO MILANI, EL MAESTRO DE BARBIANA

El lema de la Escuela de Barbiana (Florencia, Italia):
"En una pared de nuestra escuela está escrito en grande "I care". Es el lema intraducible de los mejores jóvenes americanos: "Me importa", "lo llevo en el corazón". Es justamente lo contrario del lema fascista: "No me importa", "me importa un bledo".
Lorenzo Milani, cura y maestro entre los pobres

En el centenario del nacimiento de Lorenzo Milani (1923-1967), cura y maestro de Barbiana, recordamos a uno de los pedagogos más importantes e influyentes del siglo XX. Sin ser un teórico al uso de la educación, sin embargo su legado pedagógico lo convierte en un referente ineludible para muchas generaciones de docentes y educadores, así como de investigadores y estudiosos de su singular obra, que se refleja en sus escritos y en su compromiso total con los pobres, a los que devolvió su dignidad y la palabra.

Lorenzo Milani-Comparetti nació en Florencia el 27 de mayo de 1923 en el seno de una rica familia burguesa, laica y culta, cuyos padres fueron Albano Milani y Alicia Weiss. Fue el segundo hijo, precedido por su hermano Adriano y seguido por su hermana Elena. Su padre era químico, aunque no ejercía como tal, y un apasionado de la literatura que vivía de las rentas de sus múltiples propiedades. Por otro lado, su madre procedía también de una acomodada familia judía, culta y bohemia. Ambos se consideraban intelectuales, agnósticos y anticlericales, pertenecientes a la alta cultura florentina. Se casaron por lo civil en 1919 y no bautizaron a ninguno de sus hijos, pero más tarde, en los años 30, con el auge del nazismo y del fascismo, para evitar represalias por su ateísmo y el origen judío de la madre, el matrimonio se casa por lo civil y bautizan a sus hijos en el catolicismo. Milani se referiría posteriormente a este episodio como un bautismo de conveniencia, incluso, bromeando: «Fue un bautismo fascista» [Martí, Miquel, El maestro de Barbiana, Nova Terra, Tarragona, 1972, p. 13].

La adolescencia de Lorenzo Milani es un período complicado en su vida, de rebeldía, búsqueda y dudas. Aunque inteligente y despierto, no fue un gran estudiante, entre otras causas por su delicada salud, que le obligó a faltar al colegio en muchos períodos. Además, no le interesaba el sistema educativo vigente en el que primaban más las notas y el pasar de curso que el verdadero aprendizaje y la adquisición de conocimientos útiles. Lorenzo, desmotivado, deja de estudiar en el primer curso de Bachillerato, decisión ésta que no gustó a sus padres, quienes le obligan a no sólo a terminar el curso, sino a finalizar toda la etapa de bachiller. Lo que finalmente cumplió. Pero no accede a la Universidad, como esperaban sus padres, porque le empieza a interesar la pintura. Así que, por recomendación del profesor Giorgio Pasquali, eminente lingüista y amigo de la familia, entra en el estudio del ilustre pintor alemán Hans-Joachim Staude en Florencia, quien involuntariamente se convertirá en una figura decisiva no solo en el aspecto artístico, sino también en el espiritual, influyendo fuertemente en su conversión al cristianismo y en su futura elección del camino sacerdotal. Para Milani, las ideas de Staude acerca del arte y de buscar siempre lo esencial, eliminando los detalles, dentro de una unidad en la que cada parte depende de las otras, serán fundamentales para la formación de su pensamiento.

Además de sus preocupaciones acerca del arte, otros acontecimientos anecdóticos contribuyeron a su conversión religiosa, como cuentan algunos de sus biógrafos. Así, en junio de 1943, sumido en una fuerte crisis espiritual acompañó a un sacerdote amigo, don Bensi, al sepelio de un joven sacerdote fallecido. Impresionado, le dijo a éste: «Yo ocuparé su lugar»[O.c., El maestro de Barbiana, p. 17]. La fe le llegó como un flechazo. Otro suceso cotidiano le marcó profundamente. Ese mismo año, en plena guerra mundial, estando pintando en una calle de Florencia sacó un bocadillo. Una señora hambrienta que le vio le reprochó enfadada: «¡No se viene a comer pan blanco en las calles de los pobres!»[Espigares, Tiscar, Lorenzo Milani, CCS, Madrid, 1995, p. 16]. En ese momento, avergonzado y como una bofetada de realidad, Lorenzo Milani comprendió la diferencia abismal entre ricos y pobres, lo que precipitó su ingreso en el seminario poco después, en noviembre de 1943. Tenía veinte años. En la familia y entre sus amigos no se entendió esta decisión, que recibieron con disgusto. Es curioso, porque la conversión religiosa de Milani al catolicismo y su decisión de hacerse cura fueron casi simultáneas, como una “caída del caballo” que le hizo ver cuál era su destino, dejar su vida anterior, olvidar el arte y entregarse de lleno a la que sería su verdadera vocación, el sacerdocio.

Finalizada su etapa seminarista, Milani es ordenado sacerdote por el cardenal Elia Dalla Costa el 13 de julio de 1947 en la Catedral de Florencia, y su primer destino es uno de los lugares que conocía de su infancia, en Montespertoli (donde veraneaba la familia) como vicario auxiliar, en el que permanece poco tiempo, pues es enviado ese mismo año a la parroquia de San Donato de Calenzano, en la que permanecerá hasta finales de 1954. Allí comenzará su labor pedagógico-religiosa fundando la Escuela Popular para adultos que tanto amó y con el paso del tiempo empezará a escribir su libro capital Experiencias pastorales. [Milani, Lorenzo, Maestro y cura de Barbiana. Experiencias pastorales, Marsiega,Madrid,1975, 480 pp. Traducción castellana José Luis Corzo Toral].

Fue un cura muy implicado socialmente en su labor sacerdotal, un hombre de acción, así que resultó especialmente incómodo a la conservadora curia florentina, con la tuvo fuertes enfrentamientos por su visión radical de los problemas, es decir que iba a sus raíces, nada que ver con ser sectario. Sin embargo, la intransigencia e incomprensión de sus autoridades eclesiásticas acaba en la decisión de echarlo de San Donato, después de siete años de intensa labor pastoral. Lo mandan a un lugar donde nadie quería ir: la parroquia de San Andrés de Barbiana entre unas pocas casas diseminadas por el valle del Mugello, en Vicchio (Florencia). Allí, en unas condiciones inhóspitas, sin carretera, ni luz, ni agua corriente, ni teléfono, es donde, exiliado, pero libre, ejerció de cura y maestro hasta su prematura muerte en junio de 1967.

Su voz, sin embargo, no se apagó, como podría suponerse o esperaban quienes se lo quitaron de encima, sino que, más potente aún, resonó fuera de Barbiana y de Italia como agudo observador de la realidad, como ciudadano, cura y maestro, especialmente a través de su firme opción por los pobres, por su labor pedagógica que empieza a conocerse y por sus numerosos escritos y cartas, entre los que sobresalen su libro principal, Experiencias pastorales (1958) y Carta a una maestra (1967), éste último escrito con sus alumnos mediante el método de la escritura colectiva. Además, también tuvieron gran resonancia sus cartas y artículos sobre temas de la actualidad sociopolítica y educativa, destacando, Carta a los sacerdotes castrenses y Carta a los jueces, ambas de 1965, en defensa de la objeción de conciencia y contra las guerras. Todo un magistral documento de gran valor pedagógico que utiliza como autodefensa de su inocencia ante el tribunal que le juzga por “insultar a la patria”. El juicio se celebró el 30 de octubre de 1965, pero la precaria salud de don Lorenzo le impidió asistir al acto, del que salió primeramente absuelto. La sentencia, sin embargo, fue recurrida por el ministerio fiscal, resultando finalmente condenado cuando ya había fallecido.

Los últimos años de vida de Milani estuvieron marcados por un progresivo deterioro de su salud, debido al linfoma que padecía desde 1963. Durante los últimos meses de su enfermedad mostró una gran fortaleza, soportando con extraordinaria paciencia sus terribles dolores y aprovechando esa circunstancia para enseñar a sus alumnos a afrontar con entereza la enfermedad y la muerte. Finalmente, fue trasladado a casa de su madre, en Florencia, debido a la gravedad de su estado, donde falleció el 26 de junio de 1967. Tenía sólo 44 años. Horas antes de morir mantuvo un diálogo conmovedor con Michele Gesualdi, uno de sus alumnos preferidos, en el que le confiesa, tal y como lo cuenta éste, desobedeciendo afortunadamente a su maestro: «En esta habitación hay un camello que pasa por el ojo de la aguja. No se lo cuentes a nadie». [Gesualdi Michele, Don Lorenzo Milani. El exilio de Barbiana ,PPC, Madrid, 2017, p. 213].

Trasladaron sus restos mortales a Barbiana, donde mucha gente le estaba esperando, siendo enterrado en el pequeño cementerio y vestido con su ropa habitual, la sotana y sus zapatos de montaña, como dejó ordenado. En el testamento para los chicos expresa emocionadamente lo que significaron para él, el agradecimiento y el sentimiento de deuda por todo lo que le enseñaron. Lo termina con esta frase rotunda: «Os he querido más a vosotros que a Dios, pero tengo esperanza en que Él no esté atento a estas sutilezas y haya escrito todo a su cuenta. [Corzo Toral, José Luis, Lorenzo Milani, maestro cristiano. Análisis espiritual y significación pedagógica, Universidad Pontificia, Salamanca, 1981, p. 115].

La Escuela Popular de San Donato de Calenzano (1947-1954)

En octubre de 1947, un Lorenzo joven, ilusionado y con enormes ganas de empezar a ejercer su sacerdocio llega como coadjutor a la parroquia de San Donato, en Calenzano, al frente de la cual está el párroco, Don Pugi. Calenzano es un pueblo de campesinos y obreros textiles, que lo recibe calurosamente. En seguida quiere conocer el lugar y cómo vive la gente. Así que pronto pudo constatar la profunda ignorancia de la población que la convierte en pasiva, conformista y manipulable, lo que le lleva a la necesidad de crear una escuela de adultos en las mismas dependencias parroquiales, para combatir esas enormes carencias culturales. El problema de fondo era que sus feligreses no poseían suficientemente la lengua, por lo que a pesar de las catequesis, las lecturas de la epístola y explicaciones en las homilías, las celebraciones litúrgicas, etc., todo eso servía de muy poco, apenas dejaba huella en sus mentes y al no entender los textos bíblicos ni ritos religiosos, se limitaban a repetir mecánicamente gestos y oraciones incomprensibles para ellos. Por tanto, concluía Milani, se trataba de un hecho exclusivamente cultural, no de falta de fe. Así que había que empezar por enseñarles lengua, con el fin de devolverles su palabra y su dignidad. Nace entonces la Escuela Popular, no sólo como fin en sí misma, sino como medio o instrumento para su misión evangelizadora.

Se trata de una escuela que intenta remediar el atraso y las carencias que tenían, compensando así sus desigualdades de origen. Pero también, como no podía ser de otra manera, una escuela de conocimientos, estudio, investigación, aconfesional y humanista. Es decir, allí se aprendía de todo: lengua, matemáticas, historia, política, filosofía, ciencias naturales, trabajos manuales, religión (no catequesis católica), y por encima de todo, a pensar y a expresarse; a tener opiniones propias, bien fundamentadas, a debatir y argumentar con conocimiento de causa. El propio Milani pasado un tiempo estaba encantado, y así, con gran entusiasmo se lo explica en una carta a un amigo:

¿Sabes lo que es para mí la Escuela Popular? Es la niña de mi ojo derecho. […] Nació como una escuela, y lo ha sido hasta hace muy poco tiempo. Pero ahora se ha convertido en algo más. Es una especie de empresa, una compañía, un partido, una comunidad religiosa, una logia masónica, un cenáculo de apóstoles. Es algo de todo eso y nada de todo eso.[ O.c., Espigares, Tiscar, pp. 31-32].

En cuanto a su forma de dar escuela y cómo conseguía tenerla llena de chicos, pues sorprendía mucho a propios y extraños, lo explica así, con una lucidez que asombra y una argumentación incontestable:

Con frecuencia me preguntan los amigos cómo hago para llevar la escuela y cómo hago para tenerla llena. Insisten para que escriba un método, que les precise los programas, las materias, la técnica didáctica. Equivocan la pregunta. No deberían preocuparse de cómo hay que hacer para dar escuela, sino sólo de cómo hay que ser para poder darla. Hay que ser... No se puede explicar en dos palabras cómo hay que ser, pero acabad de leer todo este libro y, tal vez, luego comprenderéis cómo hay que ser para hacer una escuela popular. Hay que tener las ideas claras respecto a los problemas sociales y políticos. No hay que ser interclasista, sino que es preciso tomar partido. Hay que arder del ansía de elevar al pobre a un nivel superior. No digo ya a un nivel igual que al de la actual clase dirigente. Sino superior: más hombre, más espiritual, más cristiano, más todo.[ O.c. Milani, Lorenzo, Maestro y cura de Barbiana. Experiencias pastorales, p. 223].

La Escuela de Barbiana (1954-1967)

Pero, como ya se ha dicho, el destino le tenía reservado otra sorpresa. En diciembre de 1954, aprovechando el fallecimiento repentino de don Pugi, el párroco de San Donato, la curia florentina encuentra un motivo y la ocasión idónea para desprenderse del molesto coadjutor don Lorenzo, y es enviado como párroco a Barbiana, una aldea perdida, casi inaccesible, en la montaña florentina, a donde, sin protestar, llegó en condiciones penosas y, al día siguiente, como una premonición de quien ha encontrado sus sitio definitivo, adquiere una tumba en el pequeño cementerio de Barbiana. Al contrario que en Calenzano, nadie le recibe y la casa del priore no tiene ni luz ni agua corriente.Había llegado a un lugar escondido como para enterrar en vida a cualquiera, pero al que entregó apasionadamente sus mejores años. Es consciente de que no se trata de un cambio normal de destino, sino de un auténtico destierro. Lo cual no hizo sino reafirmar su vocación pastoral junto a los últimos de la sociedad, los olvidados, los más humildes y pobres, los sin voz.

En Barbiana había que volver a empezar, así que Lorenzo crea una nueva Escuela Popular también en los locales de la iglesia, más pobre aún que la de San Donato de Calenzano. Se trata de una escuela distinta, como una familia. Poco a poco el viejo local parroquial va pareciéndose a una escuela de verdad, aunque no se parece a ninguna otra. Se construyeron unas grandes mesas que servían para dar clase, estudiar, discutir, comer y para todo lo que se terciase. Se fue llenando de libros, cuadernos, diccionarios, instrumentos de medida y cálculo, mapas, discos, proyectores, etc. Lorenzo Milani se las arreglaba para conseguir lo mejor a sus muchachos. Les enseñaba de todo y organizaba clases prácticas sobre temas diversos según la ocasión, al aire libre, en el campo, o bien organizando salidas, visitas, excursiones, etc. Los chicos le apreciaban y respetaban mucho por su total e incondicional entrega, a pesar de ser muy exigente, incluso duro, con ellos, porque quería que fueran los mejores, los más aptos, seguros de sí mismos, sin complejos, para desenvolverse sin dificultades en la sociedad y no consintieran ser considerados ciudadanos de segunda categoría. En la escuela colocaron un cartel en una puerta con el lema que resume el sentido de la pedagogía que se practicaba, la del bien común, la del interés solidario: “I care” (“Me importa”), justo lo contrario del pensamiento burgués y egoísta, que pasa de todo, y sólo busca el provecho individual. Así surgió la Escuela de Barbiana, conocida ya en todo el mundo. Donde la urgencia por aprovechar bien el tiempo exigía una dedicación plena, sin distracciones; sin vacaciones, ni puentes, ni fiestas, sino una escuela de 365 días al año con un horario más amplio e intenso que el de la escuela estatal. Una escuela abierta y acogedora, que funcionaba a pleno tiempo, no suspendía a nadie y proponía un fin mucho más alto que cualquier otra de Italia: el de ser soberano, libre y responsable; competente y solidario, al servicio de los demás y de una sociedad más justa.

Pero una escuela como esa, abierta y atenta a lo que pasaba en el mundo, no podía ignorar lo que contaban los periódicos. Una noticia los pone en movimiento. No podían callar. Así el 12 de febrero de 1965 aparece en el diario florentino “La Nazione” un comunicado de los capellanes castrenses de la Toscana en el que critican la objeción de conciencia, considerándola un “insulto a la Patria y una expresión de vileza”. Don Milani y sus alumnos de la escuela leyeron juntos el documento y se indignaron, así que decidieron escribir una respuesta. Durante semanas discutieron y reflexionaron sobre la cuestión, así como de la noción de patria, las causas reales de las guerras y sus principales víctimas, de las leyes constitucionales y derechos humanos que no se cumplen, de la falsa división entre italianos y extranjeros, cuando la verdadera e injusta discriminación se da entre oprimidos y opresores. La respuesta se envió a varios medios, pero sólo el diario “Rinascita” se atrevió a publicarla. En seguida un grupo de excombatientes denunció a Lorenzo Milani como firmante y al director del periódico por su publicación, acusándolos de “apología del delito”, lo que dio lugar a su procesamiento y, en consecuencia, a la famosa Carta a los jueces, en la que don Milani defiende su inocencia. Un modélico texto pacifista sobre la defensa de la objeción de conciencia, la no-violencia y el papel de los maestros. Termina así: «Pero no puede convertirse en una razón para no llevar a cabo nuestro deber de maestros hasta las últimas consecuencias. Caso de no poder salvar a la humanidad, al menos salvaremos nuestras almas». [Cartas de Lorenzo Milani, Dar la palabra a los pobres, Acción Cultural Cristiana, Madrid, 1995, p. 110. Introducción, traducción y notas de José Luis Corzo].

Las claves de Carta a una Maestra

Como se sabe, el libro es un manifiesto de los chicos suspensos y de sus padres, que se sublevan contra la injusta selección escolar que los expulsa del sistema educativo, cuestionando la injusticia de una enseñanza clasista y selectiva. Y la definen certeramente: «Un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos»10 (p.27).[ Alumnos de la Escuela de Barbiana, Carta a una maestra, Hogar del Libro, Barcelona, 1982. 6ª edición (Traducción colectiva del la Casa-Escuela Santiago Uno, dirigida por J.L. Corzo Toral)]. 


Una primera lectura de la Carta puede sorprender, decepcionar e, incluso, irritar, porque no es lo que podría parecer o esperarse de ella. Es decir, la consabida alabanza a los maestros a través de una maestra en particular, con la almibarada retórica habitual acerca de la abnegada y noble profesión docente, sino que está escrita para los padres como “una invitación para que se organicen”, y al profesorado en tanto que cómplice de la injusticia de un sistema que se deja por el camino a un intolerable porcentaje de alumnos, y tendiéndole la mano para que comprenda y cambie. Su justificada indignación alcanza momentos realmente líricos, porque, en el fondo «La escuela no tiene más que un problema. Los chicos que pierde» 11 (p. 42). [O. c. Carta a una maestra]. 

En síntesis, la Carta propone tres reformas principales: que no haya repetidores; que a los alumnos con dificultades de aprendizaje se les dedique más y mejor tiempo, y a los vagos, a los que no quieren estudiar, darles una finalidad para no se pierdan. Es decir, un ideal noble, un proyecto ilusionante y un objetivo realista de vida; un fin honesto y motivador, que active la natural generosidad del alumno, le haga sentirse útil, eleve su autoestima.


Pedagogía y didácticas milanianas

Lorenzo Milani aplica sin más lo que podríamos llamar “pedagogía del sentido común”; la misma, por otro lado, de los grandes pedagogos. Empezando por el análisis de la realidad más cercana e inmediata. En la que el valor del tiempo, su buen aprovechamiento, adquiere una importancia vital, evitando o defendiéndose de todo aquello que distrae o aliena, como las diversiones que embrutecen, las modas que esclavizan, el fanatismo de ciertas ideologías o creencias, la manipulación informativa, la demagogia de los políticos, etc. Para lo cual, como ya se ha dicho, lo importante es conocer y dominar la lengua propia, con la que entender y hacerse entender. En este sentido, en Barbiana se utilizaba mucho la dialéctica socrática, que a base de preguntas, de profundizar e indagar sobre cualquier cuestión, trataba de sacar la verdad de las cosas, profundizando en su esencia, en su meollo, y no quedarse nunca en la superficialidad.

Una metodología que encontraba su momento culmen en la técnica del “dejarse preguntar”, que empleaban cuando invitaban a expertos o especialistas en algo de lo que pudieran aprender. Se perseguía con ello un doble objetivo: instructivo, o sea, más información y conocimientos sobre una persona o cuestión determinada, desarrollando de paso la dialéctica, la expresión oral y uso del lenguaje con propiedad, precisión y sin timidez, y educativo, es decir, provocar y descubrir nuevas relaciones con personas, hechos y realidades de la vida.

Lo contrario de la pedagogía de los "saberes sabidos" y enlatados, de las respuestas cerradas, definitivas, preelaboradas, que se dan sin buscarlas. Pero si hay una técnica superior, que engloba las demás empleadas en Barbiana es sin duda la escritura colectiva. [Corzo Toral, José Luis, La escritura colectiva, Teoría y práctica de la Escuela de Barbiana, Anaya, Madrid, 1983]. Con ella se produce el maravilloso descubrimiento del “nosotros” frente al mito burgués del genio individual. Se trata de aprender y buscar juntos la verdad. Justo lo contrario de la competitiva y arribista escuela oficial; la de los codazos y el aprovechamiento individual, la del “sálvese quien pueda”, reproductora de los males sociales.

Con todo, Milani nos advierte del peligro de las imitaciones, porque la vida es cambio y cada época, lugar y circunstancias requieren nuevos enfoques, medios, estrategias y soluciones. Por eso solía repetir a sus chicos y amigos que

‘La mayor infidelidad a un muerto es serle fiel’. Sabía lo que decía y tenía razón. Si el muerto al que queremos ser fieles estuviera vivo, seguiría siendo innovador y añadiendo razones para nuestra admiración y seguimiento. Si le cristalizáramos con un recuerdo fijo en alguno de sus momentos vitales ya pasados, le traicionaríamos». Conmemorar a un muerto, puede ser precisamente fijarle en el pasado, por muy digno de veneración e imitación que nos parezca. [ José L. Corzo: “Lorenzo Milani, educador para la paz”, en Educar(NOS), nº 38/2007, p. 12].

Visita del Papa Francisco a Barbiana

Con motivo del 50 aniversario del fallecimiento de Lorenzo Milani, el Papa Francisco visitó Barbiana y rezó en el pequeño cementerio donde está enterado el 20 de junio de 2017. Reproducimos, por su interés, el final del discurso ante la multitud que se congregó ese día en la campa junto a la pequeña iglesia y la famosa escuela. Un homenaje tardío de rehabilitación de la memoria de quien entregó su vida a los últimos y fue fiel obediente a su Iglesia. Pero nunca es tarde:

Con mi presencia en Barbiana, con mi oración sobre la tumba de don Lorenzo Milani creo responder a cuanto esperaba su madre: “Me urge sobre todo que se conozca al sacerdote, que se sepa la verdad, que se rinda honor a la Iglesia también por lo que él fue en la Iglesia, y que la Iglesia le rinda honor a él... Esa Iglesia que tanto le hizo sufrir, pero que le dio el sacerdocio y la fuerza de esa fe que, para mí, continúa siendo el misterio más profundo de mi hijo... Si no se llega a comprender realmente al sacerdote que fue don Lorenzo, difícilmente se podrá entender de él también todo lo demás. Por ejemplo, su profundo equilibrio entre dureza y caridad” El sacerdote “transparente y duro como un diamante” continúa transmitiendo la luz de Dios sobre el camino de la Iglesia. ¡Tomad la llama y llevadla adelante! Gracias. ¡Muchas gracias de nuevo! Rezad por mí, no os olvidéis. ¡Que yo también tome ejemplo de este buen sacerdote! Gracias por vuestra presencia. Que el Señor os bendiga. Y vosotros sacerdotes, todos – ¡porque no hay jubilación en el sacerdocio! – todos, ¡adelante y con valor! Gracias. [Papa Francisco en “Palabras del Papa en Barbiana”. Revista Educar(NOS), nº 79/2017, p. 10. Asimismo
recomendó leer las Obras completas de Milani y Carta a una maestra a los 50 años de su muerte (2017): Don Milani. Tutte le opere (Mondadori, Milano 2017) ]

En España existe el Movimiento de Renovación Pedagógica Educadores Milanianos (MEM-Grupo Milani), formado por educadores y profesores de todos los niveles de la enseñanza, tanto pública como privada, nacido en 1981 y legalizado un año después. Aunque sus orígenes datan de los primeros años 70, a partir de la divulgación y traducción al castellano y al catalán de las obras milanianas, biografías, tesis, estudios, artículos… sobre la figura y obra pedagógica de Lorenzo Milani, y la creación de centros educativos como la Casa-Escuela Santiago Uno (1971) y el Centro de F.P. “Lorenzo Milani” (1981), en Salamanca. Asimismo, edita, desde 1998, la revista trimestral Educar(NOS), que el año pasado celebró 25 años de vida con la edición especial de su nº 100.

Alfonso Díez Prieto.
Vicepresidente del MEM

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