viernes, 24 de marzo de 2023

Cuidados y respeto a las normas: una reflexión para el diálogo

El pasado día 8 de marzo el Colegio de Médicos de Burgos envió a sus colegiados un escrito que pretendía una reflexión en clave autocrítica sobre el excesivo rigor en el cumplimiento de las instrucciones respecto al acompañamiento de pacientes enfermos de COVID durante la pandemia. Este texto surgió de la Comisión Deontológica del Colegio en respuesta a las quejas recibidas por familiares de pacientes que habían fallecido en soledad tras su ingreso hospitalario. 

La respuesta de muchos médicos burgaleses ha sido el enfado monumental llegando a solicitar la dimisión de la Junta Directiva del Colegio en pleno. Además, el escrito se filtró a la prensa con lo que este caso alcanzó un importante eco mediático desde el primer día. El Colegio como respuesta envió un nuevo escrito pidiendo disculpaspor los errores de redacción de la carta inicial y convocó a los colegiados a una asamblea extraordinaria de la que se emitió un comunicado conjunto tras horas de debate en el que la Junta Directiva pide perdón por su escrito inicial y se compromete a depurar responsabilidades.

Resulta llamativo, a mi juicio, la reacción, en algunos casos desmedida por parte de cierto número de sanitarios que ha llegado al acoso por vía redes sociales a los miembros de la Junta Directiva del Colegio de médicos. Es un buen ejemplo de la facilidad con la que en nuestros tiempos cualquier conflicto se polariza al máximo en cuestión de horas en lugar de encauzarse mediante el diálogo.

Cuando un protocolo de actuación es ciego ante el sufrimiento humano que puede causar y está redactado desde despachos alejados de las habitaciones en las que este drama reside hay que ser muy cautelosos. Así lo recogieron desde los primeros meses de la pandemia organismos como el Comité de Bioética de España en sus recomendaciones y con ese espíritu se redactaron ya en 2021 instrucciones para respetar el necesario acompañamiento de los pacientes moribundos enfermos por COVID. Una lección que podemos aprender de todo esto es que los excesos en el cumplimiento de la norma en una realidad siempre cargada de incertidumbre, puede causar mucho daño incluso años después. Los sanitarios y otros muchos profesionales se han dejado la piel en esta pandemia pero es muy saludable que seamos capaces de reflexionar desde la autocrítica sobre todo aquello que hicimos o dejamos de hacer durante la pandemia para humanizar el cuidado de los sufrientes.

Pablo Muñoz Cifuentes

Anexo:

Mea culpa

Raul Briongos (periodista)

Estos días en los que se cumplen tres años del primer estado de alarma resulta conveniente hacer un ejercicio de retrospección para analizar qué cosas hicimos mal en aquellos momentos, cada uno en ámbito de actuación. No se trata de ajustar cuentas pendientes, ni de intentar cambiar el curso de los acontecimientos, sino de pararnos un momento a pensar si nuestro comportamiento en esos terribles momentos fue el más adecuado.

Por eso me parece valiente la actitud del Colegio de Médicos [de Burgos] que ha intentado promover una reflexión sobre las decisiones que tomó el colectivo entonces y que provocaron que muchas personas murieran en soledad con un enorme sufrimiento que se extendió también a todo su entorno familiar. Tal vez se equivocaron en la forma de redactar su ya famoso comunicado; quizá no estuvieron atinados al señalar a los facultativos del HUBU que entiendo que se limitaron a cumplir los protocolos que desde la Consejería de Sanidad les hicieron llegar, pero aplaudo su intención de abrir de debate al respecto. Solo así se puede aprender de lo ocurrido y tener las herramientas necesarias para saber cómo tenemos que actuar si volvemos a pasar por una situación parecida: me niego a imaginar que algo similar pueda volver a ocurrir.

Entre marzo y junio de 2020, los hospitales nos mostraron su mejor y su peor cara. En el lado positivo, la labor de los profesionales, dejándose la piel, literalmente, todos los días en medio de una total incertidumbre. Médicas dedicando las mañanas a curar y las noches a formarse intentando averiguar lo máximo posible sobre una enfermedad de la que se ignoraba todo. Enfermeros yendo más allá de lo que la lógica aconsejaba dando consuelo a unos pacientes que se veían morir sin más ayuda que su mirada de complicidad y alguna caricia furtiva sobre la frente, que además violaba el reglamento establecido.

La cruz hay que buscarla en el excesivo seguimiento a las órdenes dictadas desde un despacho. El déficit de empatía que algunos profesionales demostraron con pacientes moribundos, y también con sus familiares y amigos, que desde la distancia sentían con rabia e impotencia como sea pagaba su allegado. Los sanitarios no fueron culpables por acatar esas directrices, pero si por no rebelarse ante una práctica inhumana.

También los periodistas tendríamos que hacer una fuerte autocrítica. Analizar si contamos esa situación tal y como se estaba produciendo o nos autoanestesiamos con los aplausos de las ocho y los retos virales. Si pusimos frente al espejo a quienes tomaron decisiones como abandonar a su suerte a los ancianos de las residencias o si no peleamos lo suficiente por obtener determinadas imágenes que, aunque escabrosas, iban a servir para concienciar a la población de lo que realmente estaba pasando. También es bueno analizar si denunciamos con la rotundidad que merecían a esos políticos que se metieron debajo de la mesa en cuento la situación se torció y no salían de las cuatro paredes de su casa par ano contagiarse mientras otros pagaban con su salud el exceso de celo.

Todos hicimos lo que pudimos en una situación extrema para la que nadie puede estar preparado nunca. Pero tampoco pasa nada si, tres años después, analizamos qué podíamos haber hecho mejor.

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