Ariel Petruccelli
Pensamos que la vacunación es recomendable en la población con alto riesgo de cuadros graves pero en otro tipo de poblaciones con menor riesg, el balance costo beneficio es más que dudoso ya que son vacunas que están lejos de ser inocuas. La idea de que es posible erradicar el virus con las vacunas actuales no está justificada. Probablemente en un período no muy lejano contaremos con vacunas más seguras y efectivas. En todo caso no estamos ante una campaña de vacunación basada en una decisión libre e informada e incluso la coacción y la intimidación se utiliza contra la más elemental ética sanitaria.
A pesar de que sigue adelante la campaña de vacunación masiva puede apreciarse un descenso del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de expertos, cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por lo tanto, de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España la cifraban en el 70% de la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un malentendido, como si se tratara de un umbral de todo o nada. En realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa. Si se equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus, probablemente sea inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución solo pueden entenderse en boca de personajes habituados a realizar promesas electorales que nunca cumplen. La expectativa de que la vacuna iba a ser la “solución” a la pandemia ha sido siempre temeraria e imprudente.
Las restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran “privilegios” para los vacunados como formula para “animar” a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un sector económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita entender por qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en España sobre el 50%) la situación de este verano no es mejor que la del año anterior. Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es absolutamente intolerable: después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más amplia e intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de hospitalizaciones y mortalidad.
La aparición de casos, hospitalizaciones e incluso muertes entre los vacunados es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas posibilidades de ser creciente. Con ello no queremos decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el alcance de ésta puede ser mucho menor de lo que se daba a entender cuando se inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en términos de efectividad y seguridad, hechas solo con estudios con limitaciones y a corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención, dado que su menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras razones, a que son menos eficaces contra las variantes.
Ante este preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia vacunal adoptada, y evaluar si realmente era tan impredecible lo que está sucediendo. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) basándose en tres premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que la vacuna presentaba una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una estimación de la seguridad aceptable.
¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?
Como hemos dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre las revistas médicas solamente el BMJ se permitió incluir artículos que ponían en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También cuestionó el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la autorización.1
Pero hay otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: la presentación de ésta utilizando exclusivamente la variación del riesgo relativo, obviando presentar la reducción del riesgo absoluto o el Numero Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gervas lo único que los ensayos clínicos utilizados para su autorización demostraban es que por cada 10.000 vacunados se evitaría 124 casos de Covid (que la mayoría son leves) y no ofrecerían ningún beneficio a las otras 9.876 personas que, además, se verían expuestas a los posibles efectos secundarios de la vacuna.2 En esos ensayos se demostraba una reducción del riesgo absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7 % en el caso de Pfizer.3 La disminución del riesgo absoluto —es decir, la probabilidad de presentar un Covid-19 con síntomas (una vez más no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por Lancet se establecía en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para Janssen & Janssen, 0,93% para Spunik for the Gamaleya, y 0,84% for the Pfizer–BioNTech.4 Un ejemplo podría ayudar a entender la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si tomamos el ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000 vacunados se produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo estaban, se infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de Covid-19 era del 0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina hace que el riesgo de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del riesgo relativo es del 100% pero la del riesgo absoluto es solo del 1%. A cualquiera que se le ofrezca vacunarse deberían dársele ambos datos, porque si la medicina aumentara el riesgo de morir por otra causa en un 2%, sería una decisión con un 100% de error.5
Al presentar solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y “sus” expertos están una vez más recurriendo a la propaganda y no a la información.
La eficacia prometida y la realidad
No solo los datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la vacunación. Y, efectivamente, luego de la inoculación masiva las curvas de casos y de decesos se desplomaron. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: las curvas son prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países sudamericanos habían logrado evitar que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como ello depende mucho del nivel de testeo, esto es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página Our World in Data.6
Hasta el momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la llamada “primera ola”-- el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría esperar, por insoportable que resulte para quienes creen que pueden controlar a la naturaleza y a los virus a gusto y paladar. Si comparamos las mismas semana de 2020 y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En Sudamérica se observa una pauta semejante.
Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno
Aunque se ha repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas. Muchas más, de hecho, que con cualesquiera otras vacunas empleadas. Los ensayos que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de la población como embarazadas, personas que ya habían pasado la Covid-19, individuos que tenían patologías significativas, etcétera. Incluso la población anciana, que es la que tiene una mayor necesidad de protección, estaban infrarrepresentada en la mayoría de los estudios.7 A pesar de ello, las autoridades dieron seguridades casi absolutas y “animaron” a toda la población a ponerse en la cola de la inoculación. Esto contrastaba con que ya desde las primeras semanas se informaba a los vacunados que los efectos secundarios (leves eso si) eran esperables y que incluso era recomendable medicación preventiva. A todos los que señalaban las incertidumbres que se planteaban se les atacó como anti-vacunas o negacionistas, sin abrir ningún espacio para debatir una cuestión tan seria. Se continuó con la lógica de la prepotencia en la acción y con la negativa al debate iniciada con los confinamientos.
En esta ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de costos-beneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio —discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis alternativos.8 Las limitaciones que ofrecen hasta el momento los ensayos hacen necesarias las comprobaciones durante su distribución y utilización. Ello requiere un registro de los efectos secundarios de calidad y un análisis con datos de un periodo amplio. Tenemos dudas de que se este actuando de forma transparente porque se busca el éxito a cualquier precio.
Efectos secundarios ¿subregistro o sobrevaloración?
Nadie que trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los que la Covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra impresión es que estos eventos son mucho más frecuentes de los que quedan registrados. Uno de nosotros ha visto decenas de historias con efectos secundarios por los que el paciente ha consultado, que no han sido declarados por el profesional que los atendió. El hecho de que se trata de un medicamento nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se produce después de su inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que no se demuestre lo contrario. Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos productos farmacéuticos. Sin embargo, muchos profesionales parecen pensar que para declarar una sospecha de efecto secundario éste debe estar asociado a la vacuna más allá de toda duda. La diferencia de eventos registrados en diversos países también apunta a que hay una cultura profesional más o menos responsable de la vigilancia de las reacciones adversas de los medicamentos. En todo caso, y por lo que conocemos, es muy probable que muchos efectos secundarios no queden registrados (incluso se habla que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea porque el paciente no consulta o porque el médico no tiene a bien considerar una posible relación con el medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque no es fácil establecer la relación. Si un anciano frágil y vulnerable es vacunado y muere en los días siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de la vacuna, pero tampoco excluirlo. Las autopsias serian imprescindibles pero se llevan a cabo con cuentagotas. En todo caso, podemos afirmar con seguridad que la vacunación puede desencadenar la muerte en algunas personas.9
En segundo lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos sobre los que los ensayos clínicos iniciales de las vacunas ofrecían menos información. En este caso, sin embargo, hemos tenido con prontitud evidencias de la relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y efectos secundarios no esperados. Ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales) y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios insoslayables. Pero ,¿que hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.
En general, los efectos secundarios deben no solo cuantificarse sino que hay que encontrar una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden ser la “punta del iceberg”, es decir, la señal de alarma de muchos daños que no se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son lesiones que quedan “latentes”. No puede descartarse que detrás de los miles de trombos que se han visto, existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que el trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un largo periodo ocasionen, por ejemplo, una oclusión de una arteria o un fenómeno embólico. Por ello, vamos a hacer un somero análisis sobre las causas conocidas y sospechadas de los efectos que estamos viendo. No pretendemos en ningún caso ser exhaustivos en un tema tan complejo.
Las vacunas COVID: algunas propiedades que demandan precaución
Curiosamente, ante la pandemia de un virus del que disponemos de una información creciente pero limitada, y que está en permanente evolución, empleamos una tecnología vacunal que es también desconocida. A primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad sobre las que existe muchas preguntas abiertas no parece demasiado prudente.10
La Covid-19 ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción, testeo y distribución de vacunas. La sensación de urgencia creada llevó a Donald Trump (el supuesto negacionista) a aprobar operación “Warp Speed (OWS)” —término de la guerra de las Galaxias que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020. Para ello implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar una vacuna contra la Covid-19 cuanto antes. Se pusieron en marcha lazos de colaboración para desarrollar “vacunas sin precedentes” que lo permitieran, en concreto las basadas en la Tecnología del ARN mensajero. Pero cualquier tecnología sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma completa riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian estimaciones del costo/beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en el numerador esperanzas/ilusiones, acortando temerariamente el proceso de desarrollo y testeo de las nuevas vacunas. Antes del Covid-19 se había estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al menos 12 años para estar disponibles y solo con un 5% de probabilidades de éxito. De hecho creemos que las compañías de la “Big Pharma” se han lanzado a desarrollar este tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos inmediatos sino por la posibilidad “sin precedentes” de probar masivamente esta nueva tecnología sin miedo de asumir responsabilidades por su posible fracaso.
Incluso se ha llegado a hablar de ruleta rusa y se ha insistido que su utilización se debería limitar a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el SARS_COV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada en este grupo, optándose por una estrategia universal. Como si todas las personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son abundantes y concluyentes:11 el riesgo de la Covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes) al de la gripe estacional. Una vez más, se ha implementado esta decisión política con un alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un debate abierto.
Se trata de una tecnología nueva sobre la que existen razones para estar especialmente preocupados. La primera es que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando. Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a producir la misma cantidad proteína S1, ya sea por la persistencia del preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos un “exceso” de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.
Pero hay más cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden genética contenida en la vacuna. Nos preguntamos si seguro que una célula del SNC produzca una proteína de la que hay indicios en animales que puede tener propiedades neuroinflamatorias.12 Pero es que la propia proteína S1 esta implicada en los mecanismos por los que el SARS-COV 2 produce daño tisular (en los tejidos). Se ha demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial.13 ¿No es peligroso someter a un organismo a una cantidad considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El relativo contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1 como único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los desarrolladores de la tecnología RNA-M que inmediatamente a sido expulsado al infierno de los negacionistas.14
Por otra parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con otros virus e, incluso, con el genoma humano, con consecuencias impredecibles. Es improbable, pero que no puede descartarse, a pesar de que inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugerieron.15
Asimismo, algunos de los efectos detectados plantean la posibilidad de que la vacuna contribuya a desencadenar reacciones de autoinmunidad. De hecho, ya se han encontrado algunas como las que indican que los anticuerpos monoclonales contra la proteína Spike mostraban reactividad cruzada con proteínas de nuestro organismo.16 No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las vacunas basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos.17
Modificaciones y novedades peligrosas
Un artículo reciente ha hecho repaso de las características de las vacunas genéticas frente a la Covid -19 centrándose en aquellos preparados basados en la tecnología ARN-m18 y su relación con los efectos secundarios que se están viendo. Plantea la hipótesis de que las reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que ocasionaron varias muertes, se relacionan con compuestos de las actuales vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno glycol), que es un alergeno reconocido inyectado por primera vez en humanos. Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas pero la Covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor.19 Un estudio publicado en sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas agudas que es un cifra mucho mayor que la reconocida por el CDC.20
Otras modificaciones realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene en sí mismo capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y degradado rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una cubierta lipídina que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos ionizables pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones21 y estimular la secreción de citokinas como TNF-α, interleukina-6 e Interleukina-1β desde la células expuestas.22 Estos lípidos pueden encontrarse entre las causas de muchos de los síntomas inmediatos que experimentan los vacunados: dolor, inflamación local, fiebre e insomnio.
También se realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus destinadas a hacerlo mas similar al ARN-m humano. Esto no solo retrasaría su inactivación, sino que podría hacerlo mas eficiente en su tarea de ser traducido a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares —incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células.23 Todo ello parece destinado a producir mayores cantidades de la proteína S1 y que ésta tenga más similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no pretendemos ser exhaustivos.
Variantes y ausencia de capacidad esterilizante
Otra característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad generada está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus. Ello hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los anticuerpos vacunales reaccionan ante varias proteínas del virus, nuestro sistema inmune tendría más fácil reconocerlo.
De hecho, se ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H y E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan el virus.24
Las variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una notable disposición a mutar (la cual era previsible). Ello debería condicionar la estrategia vacunal. Ante un virus como éste, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son esterilizantes —es decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la replica del virus en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al virus a adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las variantes con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar sucediendo ya, y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de Europa en estos momentos. Es verdad que, de momento, el descenso de la capacidad neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes es modesto según algunos estudios.25 Pero, por otro lado, encontramos noticias que parecen sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como son muchas de las más vulnerables a la Covid-19. Todo ello en un periodo inmediatamente posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna empiezan ya a aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran cantidad de personas con vacunación completa en países como Israel.26
La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quien?
Los gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no causa daños significativos. También proponen la vacunación de los que ya han sufrido la enfermedad. No creemos que ninguna de estas medidas tenga base científica. Desprecian la inmunidad que se adquiere con la infección, y defienden la capacidad inmunógena de las vacunas. Cualquier comparación entre el número de reinfectados entre los que han sufrido la infección natural y los infectados después de una vacunación reciente es claramente favorable a los primeros. Contrariamente a lo que intentan presentar, en una nueva maniobra de “embarrar la cancha”, la discusión no es si vacunas si o no en general —ni siquiera en La Covid-19. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales, dado que como indica su autorización condicional por emergencia son experimentales, deben restringirse a los perfiles de alto riesgo.
Vacunar a niños y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña publicitaria orquestada con las vacunas ha sido implícitamente (en algunos casos explícitamente) subvalorar la potencia protectora de la inmunidad natural. Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección más potente y duradera que la inmunidad vacunal.27 Las propias tasas relativas de reinfecciones tras la enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento muy poco frecuentes), y las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente hacia la superioridad de la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que produce la vacuna es diferente y posiblemente inferior al de la infección natural, y su actividad podría resistir peor el paso del tiempo.28
Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?
Aunque las vacunas que se están administrando fueran tan efectivas y seguras que permitieran acabar con la pandemia sin daños colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la desinformación, al miedo, la manipulación e, incluso, la coerción. Se puede discutir el costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender que estamos ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y libre de la población. No hay un consentimiento informado que merezca tal nombre en unas vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios que las avalen más allá de dudas razonables.
Aunque la pandemia ha sido percibida como un fenómeno “natural” y las medidas adoptadas como una operación “científica” sin supuestos o connotaciones políticas e ideológicas, lo cierto es lo contrario. La pandemia es al menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas ideológicas. La vacunación experimental ante la Covid-19 se apoya en el solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual la especie humana toda fractura de las relaciones sociales y de los ciclos metabólicos de la naturaleza pueden enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas sería: “no pasa nada por destruir selvas y bosques, y por acorralar a especias naturales, porque cuando se produzcan saltos zoonóticos, hallaremos soluciones, experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa, ya lo solucionaremos también”.
En el caso de la medicina, el fetichismo tecnológico asocia el aumento de la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología, cuando el mayor impacto ha venido de la mano de la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas tienen, a diferencia de otros medicamentos, son prácticamente inocuas y “naturales”. Insistimos, sin negar la utilidad de las vacunas, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el siglo XX tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales e higiénicas.
Que la percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es sencillo de observar. La Covid-19 estuvo muy lejos de ser la principal causa de muerte mundial en 2020, y al parecer no ha sido la principal causa de muerte en ningún país. La desnutrición, la polución ambiental, los infartos y el cáncer se cobraron un número de víctimas entre dos y cinco veces superior (y afectando a una población más joven). Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor parte de esas “otras” muertes eran inevitables y que las muertes por Covid-19 deben (y pueden) ser evitadas, es posible conceder a esta epidemia la atención casi exclusiva (y no sólo a nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha concedido por espacio de un año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones son mucho más ideológicas que científicas. Científicamente, de hecho, son más bien falsas. Evidentemente, un porcentaje enorme de esas “otras” muertes prematuras podrían ser evitadas con recursos menores (conocidos y disponibles) que los empleados para tratar de evitar de manera incierta las muertes por Covid-19. La displicencia mostrada ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen en modo alguno razonables, y ello nos conduce al componente de irracionalidad que ha modelado la percepción, la representación y las respuestas dadas a la presente pandemia. Una irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor desproporcionado ante un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.
Durante el siglo XX, todas las pandemias de virus respiratorios duraron aproximadamente dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque generalmente de la mano de mutaciones podían de forma transitoria provocar un nuevo brote epidémico amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el Sars-CoV-2. La obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) al nuevo coronavirus es una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y políticamente reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos viendo) pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y obligaciones absurdas.
Para abordar de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser “aprendices de brujos” capaces de provocar daños mayores que los que se pretende evitar, es indispensable abordar a la Covid-19 como un problema sanitario más, y dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Y se debería asumir lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de aquí en adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo fuera, no será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta el momento por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y cambiar la perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo, menos ideología burguesa.
Medidas tan poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los privilegios a los vacunados—, no se justifican en modo alguno por la ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la capacidad para contagiar de los vacunados (sumada a su muy relativa “protección”). Todavía no se sabe si los vacunados contagian más, menos o igual que los no vacunados. Y ya hay indicios de que serían más vulnerables ante algunas variantes nuevas.
Como decíamos en nuestro libro, los gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían que encontrar una solución “milagrosa” para justificar las restricciones y para reiniciar la economía. La vacuna los convertía en los héroes de la película, en los protagonistas del final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser muchas y variadas.
Pensamos que la vacunación es recomendable en la población con alto riesgo de cuadros graves pero en otro tipo de poblaciones con menor riesg, el balance costo beneficio es más que dudoso ya que son vacunas que están lejos de ser inocuas. La idea de que es posible erradicar el virus con las vacunas actuales no está justificada. Probablemente en un período no muy lejano contaremos con vacunas más seguras y efectivas. En todo caso no estamos ante una campaña de vacunación basada en una decisión libre e informada e incluso la coacción y la intimidación se utiliza contra la más elemental ética sanitaria.
A pesar de que sigue adelante la campaña de vacunación masiva puede apreciarse un descenso del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de expertos, cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por lo tanto, de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España la cifraban en el 70% de la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un malentendido, como si se tratara de un umbral de todo o nada. En realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa. Si se equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus, probablemente sea inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución solo pueden entenderse en boca de personajes habituados a realizar promesas electorales que nunca cumplen. La expectativa de que la vacuna iba a ser la “solución” a la pandemia ha sido siempre temeraria e imprudente.
Las restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran “privilegios” para los vacunados como formula para “animar” a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un sector económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita entender por qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en España sobre el 50%) la situación de este verano no es mejor que la del año anterior. Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es absolutamente intolerable: después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más amplia e intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de hospitalizaciones y mortalidad.
La aparición de casos, hospitalizaciones e incluso muertes entre los vacunados es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas posibilidades de ser creciente. Con ello no queremos decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el alcance de ésta puede ser mucho menor de lo que se daba a entender cuando se inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en términos de efectividad y seguridad, hechas solo con estudios con limitaciones y a corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención, dado que su menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras razones, a que son menos eficaces contra las variantes.
Ante este preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia vacunal adoptada, y evaluar si realmente era tan impredecible lo que está sucediendo. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) basándose en tres premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que la vacuna presentaba una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una estimación de la seguridad aceptable.
¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?
Como hemos dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre las revistas médicas solamente el BMJ se permitió incluir artículos que ponían en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También cuestionó el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la autorización.1
Pero hay otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: la presentación de ésta utilizando exclusivamente la variación del riesgo relativo, obviando presentar la reducción del riesgo absoluto o el Numero Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gervas lo único que los ensayos clínicos utilizados para su autorización demostraban es que por cada 10.000 vacunados se evitaría 124 casos de Covid (que la mayoría son leves) y no ofrecerían ningún beneficio a las otras 9.876 personas que, además, se verían expuestas a los posibles efectos secundarios de la vacuna.2 En esos ensayos se demostraba una reducción del riesgo absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7 % en el caso de Pfizer.3 La disminución del riesgo absoluto —es decir, la probabilidad de presentar un Covid-19 con síntomas (una vez más no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por Lancet se establecía en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para Janssen & Janssen, 0,93% para Spunik for the Gamaleya, y 0,84% for the Pfizer–BioNTech.4 Un ejemplo podría ayudar a entender la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si tomamos el ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000 vacunados se produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo estaban, se infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de Covid-19 era del 0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina hace que el riesgo de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del riesgo relativo es del 100% pero la del riesgo absoluto es solo del 1%. A cualquiera que se le ofrezca vacunarse deberían dársele ambos datos, porque si la medicina aumentara el riesgo de morir por otra causa en un 2%, sería una decisión con un 100% de error.5
Al presentar solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y “sus” expertos están una vez más recurriendo a la propaganda y no a la información.
La eficacia prometida y la realidad
No solo los datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la vacunación. Y, efectivamente, luego de la inoculación masiva las curvas de casos y de decesos se desplomaron. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: las curvas son prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países sudamericanos habían logrado evitar que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como ello depende mucho del nivel de testeo, esto es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página Our World in Data.6
Hasta el momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la llamada “primera ola”-- el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría esperar, por insoportable que resulte para quienes creen que pueden controlar a la naturaleza y a los virus a gusto y paladar. Si comparamos las mismas semana de 2020 y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En Sudamérica se observa una pauta semejante.
Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno
Aunque se ha repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas. Muchas más, de hecho, que con cualesquiera otras vacunas empleadas. Los ensayos que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de la población como embarazadas, personas que ya habían pasado la Covid-19, individuos que tenían patologías significativas, etcétera. Incluso la población anciana, que es la que tiene una mayor necesidad de protección, estaban infrarrepresentada en la mayoría de los estudios.7 A pesar de ello, las autoridades dieron seguridades casi absolutas y “animaron” a toda la población a ponerse en la cola de la inoculación. Esto contrastaba con que ya desde las primeras semanas se informaba a los vacunados que los efectos secundarios (leves eso si) eran esperables y que incluso era recomendable medicación preventiva. A todos los que señalaban las incertidumbres que se planteaban se les atacó como anti-vacunas o negacionistas, sin abrir ningún espacio para debatir una cuestión tan seria. Se continuó con la lógica de la prepotencia en la acción y con la negativa al debate iniciada con los confinamientos.
En esta ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de costos-beneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio —discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis alternativos.8 Las limitaciones que ofrecen hasta el momento los ensayos hacen necesarias las comprobaciones durante su distribución y utilización. Ello requiere un registro de los efectos secundarios de calidad y un análisis con datos de un periodo amplio. Tenemos dudas de que se este actuando de forma transparente porque se busca el éxito a cualquier precio.
Efectos secundarios ¿subregistro o sobrevaloración?
Nadie que trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los que la Covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra impresión es que estos eventos son mucho más frecuentes de los que quedan registrados. Uno de nosotros ha visto decenas de historias con efectos secundarios por los que el paciente ha consultado, que no han sido declarados por el profesional que los atendió. El hecho de que se trata de un medicamento nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se produce después de su inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que no se demuestre lo contrario. Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos productos farmacéuticos. Sin embargo, muchos profesionales parecen pensar que para declarar una sospecha de efecto secundario éste debe estar asociado a la vacuna más allá de toda duda. La diferencia de eventos registrados en diversos países también apunta a que hay una cultura profesional más o menos responsable de la vigilancia de las reacciones adversas de los medicamentos. En todo caso, y por lo que conocemos, es muy probable que muchos efectos secundarios no queden registrados (incluso se habla que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea porque el paciente no consulta o porque el médico no tiene a bien considerar una posible relación con el medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque no es fácil establecer la relación. Si un anciano frágil y vulnerable es vacunado y muere en los días siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de la vacuna, pero tampoco excluirlo. Las autopsias serian imprescindibles pero se llevan a cabo con cuentagotas. En todo caso, podemos afirmar con seguridad que la vacunación puede desencadenar la muerte en algunas personas.9
En segundo lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos sobre los que los ensayos clínicos iniciales de las vacunas ofrecían menos información. En este caso, sin embargo, hemos tenido con prontitud evidencias de la relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y efectos secundarios no esperados. Ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales) y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios insoslayables. Pero ,¿que hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.
En general, los efectos secundarios deben no solo cuantificarse sino que hay que encontrar una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden ser la “punta del iceberg”, es decir, la señal de alarma de muchos daños que no se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son lesiones que quedan “latentes”. No puede descartarse que detrás de los miles de trombos que se han visto, existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que el trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un largo periodo ocasionen, por ejemplo, una oclusión de una arteria o un fenómeno embólico. Por ello, vamos a hacer un somero análisis sobre las causas conocidas y sospechadas de los efectos que estamos viendo. No pretendemos en ningún caso ser exhaustivos en un tema tan complejo.
Las vacunas COVID: algunas propiedades que demandan precaución
Curiosamente, ante la pandemia de un virus del que disponemos de una información creciente pero limitada, y que está en permanente evolución, empleamos una tecnología vacunal que es también desconocida. A primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad sobre las que existe muchas preguntas abiertas no parece demasiado prudente.10
La Covid-19 ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción, testeo y distribución de vacunas. La sensación de urgencia creada llevó a Donald Trump (el supuesto negacionista) a aprobar operación “Warp Speed (OWS)” —término de la guerra de las Galaxias que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020. Para ello implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar una vacuna contra la Covid-19 cuanto antes. Se pusieron en marcha lazos de colaboración para desarrollar “vacunas sin precedentes” que lo permitieran, en concreto las basadas en la Tecnología del ARN mensajero. Pero cualquier tecnología sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma completa riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian estimaciones del costo/beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en el numerador esperanzas/ilusiones, acortando temerariamente el proceso de desarrollo y testeo de las nuevas vacunas. Antes del Covid-19 se había estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al menos 12 años para estar disponibles y solo con un 5% de probabilidades de éxito. De hecho creemos que las compañías de la “Big Pharma” se han lanzado a desarrollar este tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos inmediatos sino por la posibilidad “sin precedentes” de probar masivamente esta nueva tecnología sin miedo de asumir responsabilidades por su posible fracaso.
Incluso se ha llegado a hablar de ruleta rusa y se ha insistido que su utilización se debería limitar a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el SARS_COV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada en este grupo, optándose por una estrategia universal. Como si todas las personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son abundantes y concluyentes:11 el riesgo de la Covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes) al de la gripe estacional. Una vez más, se ha implementado esta decisión política con un alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un debate abierto.
Se trata de una tecnología nueva sobre la que existen razones para estar especialmente preocupados. La primera es que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando. Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a producir la misma cantidad proteína S1, ya sea por la persistencia del preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos un “exceso” de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.
Pero hay más cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden genética contenida en la vacuna. Nos preguntamos si seguro que una célula del SNC produzca una proteína de la que hay indicios en animales que puede tener propiedades neuroinflamatorias.12 Pero es que la propia proteína S1 esta implicada en los mecanismos por los que el SARS-COV 2 produce daño tisular (en los tejidos). Se ha demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial.13 ¿No es peligroso someter a un organismo a una cantidad considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El relativo contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1 como único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los desarrolladores de la tecnología RNA-M que inmediatamente a sido expulsado al infierno de los negacionistas.14
Por otra parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con otros virus e, incluso, con el genoma humano, con consecuencias impredecibles. Es improbable, pero que no puede descartarse, a pesar de que inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugerieron.15
Asimismo, algunos de los efectos detectados plantean la posibilidad de que la vacuna contribuya a desencadenar reacciones de autoinmunidad. De hecho, ya se han encontrado algunas como las que indican que los anticuerpos monoclonales contra la proteína Spike mostraban reactividad cruzada con proteínas de nuestro organismo.16 No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las vacunas basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos.17
Modificaciones y novedades peligrosas
Un artículo reciente ha hecho repaso de las características de las vacunas genéticas frente a la Covid -19 centrándose en aquellos preparados basados en la tecnología ARN-m18 y su relación con los efectos secundarios que se están viendo. Plantea la hipótesis de que las reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que ocasionaron varias muertes, se relacionan con compuestos de las actuales vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno glycol), que es un alergeno reconocido inyectado por primera vez en humanos. Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas pero la Covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor.19 Un estudio publicado en sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas agudas que es un cifra mucho mayor que la reconocida por el CDC.20
Otras modificaciones realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene en sí mismo capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y degradado rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una cubierta lipídina que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos ionizables pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones21 y estimular la secreción de citokinas como TNF-α, interleukina-6 e Interleukina-1β desde la células expuestas.22 Estos lípidos pueden encontrarse entre las causas de muchos de los síntomas inmediatos que experimentan los vacunados: dolor, inflamación local, fiebre e insomnio.
También se realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus destinadas a hacerlo mas similar al ARN-m humano. Esto no solo retrasaría su inactivación, sino que podría hacerlo mas eficiente en su tarea de ser traducido a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares —incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células.23 Todo ello parece destinado a producir mayores cantidades de la proteína S1 y que ésta tenga más similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no pretendemos ser exhaustivos.
Variantes y ausencia de capacidad esterilizante
Otra característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad generada está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus. Ello hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los anticuerpos vacunales reaccionan ante varias proteínas del virus, nuestro sistema inmune tendría más fácil reconocerlo.
De hecho, se ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H y E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan el virus.24
Las variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una notable disposición a mutar (la cual era previsible). Ello debería condicionar la estrategia vacunal. Ante un virus como éste, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son esterilizantes —es decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la replica del virus en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al virus a adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las variantes con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar sucediendo ya, y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de Europa en estos momentos. Es verdad que, de momento, el descenso de la capacidad neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes es modesto según algunos estudios.25 Pero, por otro lado, encontramos noticias que parecen sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como son muchas de las más vulnerables a la Covid-19. Todo ello en un periodo inmediatamente posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna empiezan ya a aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran cantidad de personas con vacunación completa en países como Israel.26
La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quien?
Los gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no causa daños significativos. También proponen la vacunación de los que ya han sufrido la enfermedad. No creemos que ninguna de estas medidas tenga base científica. Desprecian la inmunidad que se adquiere con la infección, y defienden la capacidad inmunógena de las vacunas. Cualquier comparación entre el número de reinfectados entre los que han sufrido la infección natural y los infectados después de una vacunación reciente es claramente favorable a los primeros. Contrariamente a lo que intentan presentar, en una nueva maniobra de “embarrar la cancha”, la discusión no es si vacunas si o no en general —ni siquiera en La Covid-19. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales, dado que como indica su autorización condicional por emergencia son experimentales, deben restringirse a los perfiles de alto riesgo.
Vacunar a niños y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña publicitaria orquestada con las vacunas ha sido implícitamente (en algunos casos explícitamente) subvalorar la potencia protectora de la inmunidad natural. Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección más potente y duradera que la inmunidad vacunal.27 Las propias tasas relativas de reinfecciones tras la enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento muy poco frecuentes), y las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente hacia la superioridad de la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que produce la vacuna es diferente y posiblemente inferior al de la infección natural, y su actividad podría resistir peor el paso del tiempo.28
Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?
Aunque las vacunas que se están administrando fueran tan efectivas y seguras que permitieran acabar con la pandemia sin daños colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la desinformación, al miedo, la manipulación e, incluso, la coerción. Se puede discutir el costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender que estamos ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y libre de la población. No hay un consentimiento informado que merezca tal nombre en unas vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios que las avalen más allá de dudas razonables.
Aunque la pandemia ha sido percibida como un fenómeno “natural” y las medidas adoptadas como una operación “científica” sin supuestos o connotaciones políticas e ideológicas, lo cierto es lo contrario. La pandemia es al menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas ideológicas. La vacunación experimental ante la Covid-19 se apoya en el solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual la especie humana toda fractura de las relaciones sociales y de los ciclos metabólicos de la naturaleza pueden enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas sería: “no pasa nada por destruir selvas y bosques, y por acorralar a especias naturales, porque cuando se produzcan saltos zoonóticos, hallaremos soluciones, experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa, ya lo solucionaremos también”.
En el caso de la medicina, el fetichismo tecnológico asocia el aumento de la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología, cuando el mayor impacto ha venido de la mano de la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas tienen, a diferencia de otros medicamentos, son prácticamente inocuas y “naturales”. Insistimos, sin negar la utilidad de las vacunas, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el siglo XX tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales e higiénicas.
Que la percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es sencillo de observar. La Covid-19 estuvo muy lejos de ser la principal causa de muerte mundial en 2020, y al parecer no ha sido la principal causa de muerte en ningún país. La desnutrición, la polución ambiental, los infartos y el cáncer se cobraron un número de víctimas entre dos y cinco veces superior (y afectando a una población más joven). Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor parte de esas “otras” muertes eran inevitables y que las muertes por Covid-19 deben (y pueden) ser evitadas, es posible conceder a esta epidemia la atención casi exclusiva (y no sólo a nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha concedido por espacio de un año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones son mucho más ideológicas que científicas. Científicamente, de hecho, son más bien falsas. Evidentemente, un porcentaje enorme de esas “otras” muertes prematuras podrían ser evitadas con recursos menores (conocidos y disponibles) que los empleados para tratar de evitar de manera incierta las muertes por Covid-19. La displicencia mostrada ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen en modo alguno razonables, y ello nos conduce al componente de irracionalidad que ha modelado la percepción, la representación y las respuestas dadas a la presente pandemia. Una irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor desproporcionado ante un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.
Durante el siglo XX, todas las pandemias de virus respiratorios duraron aproximadamente dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque generalmente de la mano de mutaciones podían de forma transitoria provocar un nuevo brote epidémico amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el Sars-CoV-2. La obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) al nuevo coronavirus es una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y políticamente reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos viendo) pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y obligaciones absurdas.
Para abordar de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser “aprendices de brujos” capaces de provocar daños mayores que los que se pretende evitar, es indispensable abordar a la Covid-19 como un problema sanitario más, y dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Y se debería asumir lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de aquí en adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo fuera, no será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta el momento por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y cambiar la perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo, menos ideología burguesa.
Medidas tan poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los privilegios a los vacunados—, no se justifican en modo alguno por la ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la capacidad para contagiar de los vacunados (sumada a su muy relativa “protección”). Todavía no se sabe si los vacunados contagian más, menos o igual que los no vacunados. Y ya hay indicios de que serían más vulnerables ante algunas variantes nuevas.
Como decíamos en nuestro libro, los gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían que encontrar una solución “milagrosa” para justificar las restricciones y para reiniciar la economía. La vacuna los convertía en los héroes de la película, en los protagonistas del final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser muchas y variadas.
1 Peter Doshi: Pfizer and Moderna’s “95% effecti. Dra. Karina Acevedo: Un análisis inicial a la eficacia y seguridad de las vacunas contra SARS-CoV-2 - YouTubeve” vaccines—we need more details and the raw data - The BMJ Will covid-19 vaccines save lives? Current trials aren’t designed to tell us | The BMJ
2 https://www.actasanitaria.com/ vacunas-covid19-las-26- preguntas-frecuentes-que- hacen-los-pacientes/
3 Medicina | Free Full-Text | Outcome Reporting Bias in COVID-19 mRNA Vaccine Clinical Trials (mdpi.com)
4 COVID-19 vaccine efficacy and effectiveness—the elephant (not) in the room - The Lancet Microbe
5 Dra. Karina Acevedo: Un análisis inicial a la eficacia y seguridad de las vacunas contra SARS-CoV-2 - YouTube
24 SARS-CoV-2 mRNA vaccine design enabled by prototype pathogen preparedness | Nature
27 Natural immunity vs Covid-19 vaccine-induced immunity - Marc Girardot of PANDA - BizNews.com .
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